El lugar daba muestra a todas luces de lo que era un espacio que promovía talento sin hacer caso a lo que vendía. La mayoría de los que asistían al cine no lo hacía buscando filmes que los hicieran pensar. En cambio, añoraban una cinta fácil que los sacara de sus embrollos diarios. Inconscientemente volvían a entrar al mundo del cual trataban de escapar; pero lo hacían en cuerpos ajenos. Cuando comenzó a asistir a las sesiones de proyección de películas internacionales, le parecía estar en la piel de Totó descubriendo la magia del cinematógrafo de la mano de Alfredo. Regresaba a casa con una sonrisa y pasaba días pensando en los diálogos, en una fotografía que decía más que mil palabras, en la música que era tantas veces, protagonista.
Esa tarde al comprar su boleto, entró a la sala con un entusiasmo que no podía explicarse. Las luces ya se habían apagado con el comienzo de los comerciales y a tientas buscó una butaca cercana a la puerta de salida que le permitiera escurrirse una vez terminada la presentación. Era tímida y tratando de evitar miradas, casi introdujo la cabeza en su bolso fingiendo buscar algo. Una voz cadenciosa le pidió permiso y al pasar frente a ella sus ojos se desviaron de la pantalla para sólo volver a ella tras el choque de miradas que le metió al hombre en el cuerpo por el resto de sus días. Sintió que la piel próxima a ella irradiaba una energía sensual que la quemaba más que el sol de verano a mediodía en un campo adusto sin árboles que diesen sombra. A la vez, su cuerpo aceptaba gustosa ese calor que prometía fundir una glaciación que se había apoderado de ella durante mucho tiempo. Le tomaba su tiempo abrirse. Además, tras unas cuantas experiencias fallidas, se prometía una y otra vez no entregar más, aún cuando supiese que era inútil. Terminaba dando porque no podía aguantar la tibieza de sentimientos, la aridez que la hacía envejecer al cerrarse al universo y no decirle ni tan siquiera en murmullos que amaba. Al tomarle la mano en una de las escenas, supo que no había escapatoria y que ese hombre cuyo rostro apenas distinguía entre las sombras estaba hecho para ella. 'Atrevido'- pensó. Retiró la mano reprochándose no ser intrépida. De repente sintió miedo. ¿Y si el gesto de apartar la mano le quitaba todo lo que no había empezado pero sentía suyo? Ahi junto a ella, un pedazo de materia que lejos de cualquier ínfula de posesión se presentaba como un instrumento redentor. La falta de movimientos corpóreos silenciaban cualquier indicio de práctica y ya empezaba a alarmarse cuando el personaje masculino disparó la flecha que dejó una marca roja en la parte inferior de la túnica de la virgen. Los diálogos enmudecían ante la cítara, tal como se cocía entre ellos un libreto que alcanzaba protagonismo en si mismos.
Antes de que encendieran las luces salió arrastrando los pies y sin mirar atrás, huyendo sin ganas de lo que quería y rogando que viniese tras ella. Volvió a sentir la mano y esta vez la dejó acariciarla. La ternura firme del gesto le sacó el espanto del cuerpo. Le vendó los ojos y cerró los suyos. Parecían ciegos acomodados a ver con las manos. Estudiaronse con la boca y el tacto hasta caer en una hipnosis regresiva que les habló de sus vidas. Comenzó a balancearse de un lado al otro como un péndulo rigiendo destinos. El hombre la recorría con los dedos espaciando el momento del disparo. Cual diestro arquero flechaba su cuerpo con labios y roces. Al salir la saeta y alcanzar a la fémina, más de una vez había sangrado humedad por el cono sur de su cuerpo.