Wednesday, November 21, 2012

Pisadas.

   Iba de salida, a la carrera, como siempre ando. Esa imagen de calma de las fotos es un cuento para el que quiera creerlo. Soy una tromba marina. Ni la música clásica me apacigua.; hasta el cello bachiano amenaza mi sosiego. Basta un manejo del arco en dosis parejas de docilidad e ímpetu para hacer saltar los resortes de mi reloj interno.
    Y no sé qué buscaba en el piso, pero lo primero que ví fueron tus zapatos sujetando la puerta. ¿El lenguaje del calzado o el gesto tan escaso por estos días? Vaya usted a saber! Eso no te lo dije nunca. Lo cierto es que fingí olvidar algo y volví a entrar. Tu sonrisa de medio lado denotó triunfo. Sabías que habías cazado, que aunque iba de salida me habías hecho entrar al ruedo otra vez. Algunos días después dijiste que lo habías leído en esa mirada acelerada que te eché para darte las gracias y ver si tu rostro iba a tono con los zapatos.
    Entonces comenzaron las pisadas y hasta algún que otro sacarse la zapatilla en un restaurante para andarme las piernas por debajo de la mesa. Se suponía que esa parte me tocaba a mí, pero como no se me ocurría te me adelantaste. La primera vez fue en aquel lugarcito criollo al que fuimos a comer. Por poco me sale el lechón asado por los ojos cuando sentí tu calcetín en mi empeine. Lo que no esperabas era que pasado el rato mi pie trepara por tu extremidad y masajeara tu falo hasta sentirlo ensanchar y latir entre mis dedos. Tanto fue que empezó a bombearle sangre a tu corazón y terminó en tu cara mientras yo seguía saboreando aquellos plátanos en tentación que nos habíamos pedido. Nos acostumbramos a hablarnos con los pies en esos conciertos de rock a los que íbamos, al poner una bota al lado de la otra.  Como yerbas buenas nos enredábamos con aquel solo de guitarra a lo Jimmy Page que nos regalaba espasmos frenéticos. Los días de sol, los dejábamos al descubierto como espíritus libres. Entre peces u hojas se unían y soplaban como caracolas.
   Por eso no te extrañó nada que aquel primer día, mantuviese aferrados a mis pies  mis zapatos de tacón de aguja para que no me despredieses de nuestra intimidad. Te dejé sacarme la ropa bien despacio y contemplarme con un asombro que no entendía. Tanto que habías mirado te había dejado ciego. La vista se te antojó un caleidoscopio de cristales irregulares con buena composición. Hasta que un instinto primitivo te hizo torpedearme con tu ola de carne. Y con ese mismo instinto a cada rato te suplicaba-" Detente, déjame que te mire y llore de goce". Todo mar espera su río y en tierra se mezclaron nuestras aguas.
      Una vez en mi auto, el encontronazo acústico. Voces ociosas que salían despedidas por las bocinas partiéndome la paz en dos. Apagué la radio y  sentí los compases. Me brotaban de los pies, donde había empezado todo.


Sunday, November 4, 2012

Oasis.

 "Sé más generosa"-dijiste y entendí que hubo un tiempo en que las palabras se quedaron a la saga.  Tenía que  dejar salir a flote esa común que retrataba el sol para alumbrarte y que me llamaras luna. Y es que esa era mi naturaleza: emotiva, clarividente. A veces me manaba la larga existencia y olvidaba el principio.
   En tu trago mezclé  lo sagrado y lo profano, lo intuitivo y lo racional a partes iguales. Volví a caminar desnuda por casa. Eso iba sin ánimo de sonsacarte. A fin de cuentas lo que quería era encenderte velas y que su lumbre reverberase en mi cuerpo. Pero tú no entiendes nada. Una vez más creíste que volvía a provocarte, que tenía deseos de ti. Tantas veces te pedí felicidad sin darme cuenta que habitaba en mi frente. Solo querías la niña encerrada en un cuerpo de adulta que te hablaba sin medir consecuencias. Eso te sonaba a filósofa, a mujer que ha vivido mucho. Cuando nos conocimos te dije que no era la mejor amante, que no tenía mucha experiencia. Siempre me persiguió esa obsesión de guardar mi cuerpo como un templo para fieles. Nada de puritana tengo yo y ahora lo sabes, pero abrir el manto de mi piel significaba tumbar el muro que guardaba mi mente. Con el paso de los años creí que cambiaría, que una frase de halago le abriría el camino  a un cualquiera. Mas, sigo sentada frente al mar a la espera de la caravana.
    Esa noche te pregunté cuán fina era la línea que separaba tu mente de tu persona. Aún me sorprende la sencillez del hombre que me desparrama su piel encima y el ingenio que perfora los limbos mortales de mi carne. Eres el libro de cabecera que está ahí en la mesa llenándose de polvo y que basta ver fuera del reposo de la cama para querer volver a leer.  Era hoy que urgía el mañana. Me susurraste al oído y temblé otra vez. La sacudida comienza en el último lugar que tocas, mi lirio que abre y trompea. A la luz el porqué siempre te digo que poco me importa ser aprendiz de amante. Mis ganas de ti no admiten comparación. Escribo en tu cuerpo con mi líquido sideral. Mis orgasmos te tatúan el mensaje que quieres. Se me antoja mi premio, desagua caliente en mi boca.

Friday, October 12, 2012

Arquitecta.

    Venía a ser como el décimo día. Me sentaba y tras una línea mis manos se detenían. Detenido el tiempo. Tú, tan carne de poesía y yo tan muda.  Hacer un mosaico con pedacitos regados hubiese sido más fácil. Un cúmulo de colores siempre deja opción. ¿Para qué casarse con un celeste que con una nube se esconde? Mas no. Se me metió entre muslo y muslo que no era mujer de dualidades. Nada más peligroso que el azar de desnudar un alma. Siente una que al sacarse la ropa, no queda nada por mostrar.
     Esa mañana te dije que dejaras de amarme si querías, pero que no me olvidaras. Sabía que un campanazo en tu alma te traería de regreso. También, cuánto retardar el redoble. Nuestra expulsión del Olimpo no estaba cantada.Esos días que te apartabas, conducía por la ciudad. En cada esquina que nos habíamos mirado, bajaba la ventanilla y dejaba libre un mechón de pelo. Sólo en la permanencia habita la belleza, aunque yerre en ocasiones. Ese hilo apenas visible cantaba mi vida a los cuatro vientos. 
     Ensanché los pulmones y dejé escapar un beso vagabundo. Me senté bajo nuestro árbol en contemplación. El ave contaba sus pasos de un lado al otro de la rama y mostraba indicios de estar a punto de precipitarse. Entonces recordé las gaviotas que parecían ir en caída y sólo buscaban comida. Me dibujé una sonrisa en la boca y tracé un jeroglífico entre mis pechos. Una pirámide que te bastaría invertir para comenzar de nuevo. El olor de la fruta madura trajo tu piel. Te acercaste y nos olfateamos. Abrí bien los ojos y cerramos las bocas. El silencio dicta sosiego del alma. Nos rozamos los labios y dejamos que los cuerpos hablaran. Vino el calor, un recorrido harto conocido, primerizo, mágico. Esa bienaventuranza de saberte y por la que vuelvo en cada ciclo.

Saturday, September 8, 2012

Blue.

   Hasta hace unos días creí que podía seguir sola, que si podía resistir la tentación de pintar las hebras grises de mi cabeza, podía prescindir de las de tu mentón. Así que me paré en el balcón a fingir que veía el mar y fingir aún más que  me calmaba mientras te esperaba. Tardabas. La espuma todo lo que traía era tu rostro y se diluía en nada, como esas noches que en el medio de tantas sombras abrazo tus caricias. Entré a buscar la caja de cigarrillos que dejaste el último día y encendí uno sin saber cómo iba eso de fumar. Aspiré hasta llenar mis pulmones en un vano intento de colmar ese espacio vacío. Cuando creía reventar, dejé el humo salir lentamente, tal como me deslizo por tu cuerpo esos minutos en que nos desandamos. Logré dibujar tu rostro y se ensanchaba en ese cacho de cielo. Entonces mis dedos te tocaban, jugaban traviesos con tus cejas, las despeinaba y volvían a su justo lugar con mis labios. Y tu boca se abría esperando la mía.
   Todo es tan visual contigo. Si algo has hecho es dejarme imágenes para tus ausencias. Son espectros que me persiguen. A veces quisiera borrarlas para que no duelas, sacarlas de cuajo, pero me aterra la levedad. No son tiempos de salir a buscar símbolos y menos de romperlos. Soy cobarde para desprenderme de ti y me limpio diciéndote que tú lo eres. Reclamo, aún cuando sé que no te gusta. Me siento poderosa por un instante y vuelvo a mi perfil. A fin de cuentas no sirvo para estar molesta, sonrío y te pido que me poses un beso.
   Hasta que al fin llegas y esperas que caiga la noche para sumergerme. Ya no tengo que fingir que me calma. Dejo que la corriente te diga cómo y tus manos me atraen hacia ti. Solos en esa inmensidad acuosa, floto a horcajadas en tus ingles. Contigo inmerso en mí, el flujo de energía me adosa a tu cuerpo.

Monday, August 27, 2012

Efluvio.

   Allá afuera está la lluvia, lúbrica, con su carnaval de agua por todas partes. Casa adentro, nosotros, secos, rodeados por todas partes. Llevo el vestido que me has pedido. Me siento a tu lado tras la barra. Giro,te miro y fijo la vista en la ventana. El embate de la tormenta dicta la escena .Abro las piernas. Me acaricio los muslos. Deslizas tu mano bajo la falda. Apartas mis bragas. Entra un dedo tentando el terreno. Empieza a lloviznar bajo techo. Es la lluvia socorrida. Entra otro dedo a guarecerse. Ahora sí me llueves. Tus extremidades chapotean en mi charca que perfuma la cocina. "Luces radiante"-me dice alguien. ¿Tienen servilletas? -pregunto. Abro las puertas de la alacena. Mis dedos te palpan. La boca entreabierta. De prisa, ya debo atender a  los invitados. Te beso. Te degusto. Te saboreo. La boca se abre a esperar la ráfaga.  "Nuestros comensales lucen hambrientos"-dices.  Más hambrienta estoy yo. Ya no distingo si es hambre o sed. Te trago. El horno nos avisa que está caliente. Sirvo los aperitivos. "No olvides añadir el queso a la pasta"- te advierto. Y nos preparamos para saciar su hambre.

Thursday, August 9, 2012

Puesta.

   Cuando llegué a la orilla estaba contaminada, roída hasta el tuétano. Hice la caminata con la convicción de que no se vería, que la nube negra que se había posado obstinadamente sobre mi cabeza sería un coágulo celeste. Ese espectáculo pretérito de escuchar cantar al astro mientras es engullido por La Mer perdió todo sentido. Me senté inmóvil en una silla, el trípode a un lado, la cámara en la bolsa. Si hubiese cerrado los ojos, habría sorteado la embriaguez de tanto rojo. Pero ahí estaba y con sus tonalidades echaba a perder la escena en que me muestro melancólica hasta cogerme lástima yo misma.
   Bien sabe el universo de conspiraciones. La gente se aglomera en la arena. Parece ser la última oportunidad que tendrán en vida de ver una puesta. Tanto rojo es dañino para la salud, en ocasiones. Recuerdo la representación cromática que hiciste de mi personalidad. Esa pasión mía que amas o detestas, cuando no puedo controlarla. La cámara me pide que la saque de la bolsa y lo hace a través de voces indistintas. Ahora solo media un lente entre el mundo y yo. Los matices me regalan el sonido: olas que rompen, risas distantes, gaviotas que alzan vuelo, un chapoteo que se acerca. Todo parece notar que existo, todo despierta ante mi. "Play it once, Sam, for old times' sake" , siento ganas de decir y que la melodía del piano me bañe en recuerdos. Los sonidos sin palabras activan mi código armónico interno. Es un idioma que mi cuerpo y mi mente reconocen.
   Camino hasta mojarme. Dejo que el momento me haga, Las olas me acarician los pies y mi ojo le dicta imágenes al lente. Era esto lo que quería inmortalizar. El obturador se abre tal como lo hace mi cuenco tibetano que recibe y da afinación. Siempre se me ha antojado que la puesta es un postre al que el mar no puede resistirse, sin importar cuánta saciedad lo embargue. El mundo se detiene, la vida comienza. Horizonte es ese punto en que el círculo de eternidad toca una línea infinita. El incendio marino difumina mi silueta. Inicialmente el azul saborea el rojo para luego devorarlo de un tirón. Tanta humedad me extasía. Ven, querido, respírame cerca con tu don de licantropía. Mi boca aventura tu luna.

Tuesday, July 17, 2012

El ocupante.


    Entre tú y yo lo que media es un regimiento a la hora de ordenanza, una tromba licuadora, un bioma desértico calcinado por la luz. Si tu viaje fuese luctuoso, me sería más fácil. Llevaría luto un tiempo y después te pondría  girasoles en tu aniversario. No puedo prometerte que me quedaría sola. Sabes que no soy mujer de esas. Necesito ese acto de proyección luminosa y el reflejo deslumbrante, aunque sea por un tiempo. En este mundo cada vez más deshumanizado, me las arreglo para  encontrar auras afines  que besar. Contigo se rompieron los moldes.  ¡Qué costumbre la tuya, de volver cuando menos lo espero!
   Anoche me traías de regreso a casa y al pasar por esa avenida solitaria a las 2:00 horas, se nos cruzó. Corría de un lado a otro como un atentado a la fe. Las muertes y las partidas no están cantadas, siguen un ritual que no estamos llamados a ver. Me besaste en el umbral, sin atreverte a entrar. Ni siquiera escuchaste mi voz que te siguió hasta el elevador pidiendo que me abrazaras. Creía desvariar al escuchar maullidos, como los de una gata abandonada que pide cobijo bajo la lluvia. Los chubascos son malos consejeros-me digo a conciencia- te vas con el primero que se ofrezca. Y al salir de la tina, encuentro la fuente de los gritos lastimeros. Un bulto pequeño en tus manos,  ese que prefería el sacrificio antes que entregarse a cualquiera. Revuelvo el cajón de las medicinas y encontramos un gotero.  La alimentación es lenta. Nada de atragantarse después de tanto vacío. Comida, calor y mis palabras. Con todas sus necesidades cubiertas, se duerme en mis brazos. “Cuidará tus horas con mis ronroneos”-me dices. Sofisticación y sensibilidad. Consagras un gato, como los antiguos a deidades femeninas.
   Déjame volver al juego. Yo soy mujer. Con estos tiempos que corren nos aferramos a la “moda” y cambiamos la antorcha de libertad por símbolos burdos.  Deja que me cubra el misterio y te deje hacer. El hombre no se corteja. Él es el cortejo.  Abrígame.  ¿Cuánto tiempo has faltado?  Pon en marcha tu maniobra sádica. Me endulzas con frases que había olvidado. Sacas tu femenidad a flote y confluye con la mía.  Me mojas con lluvia fresca. Este temporal si lo aguanto. Demórate. Quiero sentir tus dedos y tus labios antes que resbales dentro de mí. Déjame expulsar tus aguas antes que desborde con ese pedazo de tu cuerpo. Inundación, minutos útiles, discernimiento, cauce trazado por tu mano.  Entras de una vez. Ahora siento la vida.  Una ocupación bendita que llena todos los espacios, un sorbo de líquido, una balsa en medio del mar.  




Saturday, July 7, 2012

Dominios paralelos.

   ¿Eres mía?-preguntas. Me sorprende esa interrogante que me he planteado yo misma durante los últimos cientos de días. ¿Cómo responder a esa frivolidad tan nuestra de ver al otro como propiedad privada? La lujuria desencadena la posesión personal. Al principio nos comían los celos, ¿recuerdas? Vivíamos comparándonos con todo lo que nos rodeaba. Comenzamos a tensar el arco y descuidamos detenernos a tiempo. Más de una vez estiramos tanto la cuerda que nos causó llagas. El ego nos marcó el alma. Sufrimos como simples mortales incapaces de sabernos seres sociales. 
  Dejas el café a medias y sales corriendo. Queda sobre la mesa y olvido fregar la taza. Me mira cada vez que paso frente a ella y sólo atino a meter la lengua y empaparla de tu saliva. Mi subconsciente se resiste a degustar lo amargo, lo escaso. Prefiero que mis papilas las bañe tu baba, dulce, generosa. Me ronda la pregunta. La has echado a rodar con el líquido negro por todo mi cuerpo. No es que lo olvide, simplemente que no lo veo como algo cognitivo. Prefiero que me sorprenda.
" Ven a besarme a la salida mi clase"- te pido. Quiero besarte en el estacionamiento y que todos me vean. Paso el día contando la bendita hora de la trinidad. A las 3 termino, tres somos. Así es como mejor comulgamos. Macho, hembra y espíritu. El espíritu nos une sin distinción de roles de género. Tú alabas mi capacidad de entendimiento. Yo elogio la expresión de tu lado femenino, regreso a la Tierra Madre. Esos son nuestros peanes a Apolo como sanador.
 El reloj me bendice finalmente y salgo corriendo. "Saliendo"- te texteo. "Mi luz"- contestas. Y con ese sol que me recibe a la intemperie, miro alrededor y sé que no me esperas. Ya no calienta, quema. Debí suponer que la oficina te encarcelaría. No te contesto. Me subo al auto y conduzco al parque que descubrí hace un par de días. Linda con una calle sin salida, con árboles que forman arcos. Disfruto la soledad, la calma casi fúnebre de ese lugar que desentona con mi ira. No quiero ser luz, ni fingir que entiendo. Por eso no te escribo. Mi teléfono se llena de mensajes tuyos que rehúso leer. Comienzo a tomar fotos. Hay un puente  transpuesto de otro entorno a esta ciudad. No le pertenece.  Siento que quiero correr y no pertenecer. La fotografía me sana, o el verde, ya no sé. Hay algo en todo eso que me envuelve y me dejo acariciar. Y pasa. Te envío una foto  y pides más, siempre más. Decido dejarme tentar por el verde exuberante. Cambia mi ánimo y quiero decirte la frase prohibida. Se ha desatado una brisa que me atrapa con dos brazos humanos. La realidad es una ilusión, me digo. Viene con aroma de café y cubre mis ojos. Una boca lúbrica, caliente atrapa mis labios, mi lengua. Reconozco esa saliva.  Dulce. Generosa. Me tiende de una vez bajo los arcos naturales que tejen las ramas. Me cala. No sé de dónde sale tanta acuosidad, si es tuya, mía o de un dominio paralelo.

Sunday, June 10, 2012

Metamorfosis

  Claro que sé todo lo referente a la magia aunque no recuerdo una fecha exacta para ese descubrimiento. De niña achacaba mis triunfos a la suerte, deseaba y alcanzaba. La niñez te dota de un abanico reducido de objetividad y uno ilimitado de sueños. Todos los niños ven hasta que llegan los adultos a nublarles el panorama con la imposición de juicios. Ser maga se convirtió en un acercamiento al alma universal. Los ingredientes habían sido puestos en mí, como en todos, y  comencé a ver. Mi conciencia despertó a la divinidad femenina y supe de la futilidad de los llamados filtros amorosos.  Bastaba ser yo misma y dejar salir el torrente. Si no funcionaba, era que no había flujo, pero eso me costó entenderlo.
    Hubo un tiempo de mariposas. Corría detrás de ellas tratando de perpetuar ese momento en que vienen a tus manos y estas se impregnan de polvo. Hay polvos tóxicos cuyas manchas es lo único que queda. Sentía una brisa contradictoria, pero mi afán de dualidad no me dejabar ver que hay opuestos que no se generan mutuamente. Otros, con un soplo del viento se borraban de mis manos. Y así viví años tratando de descifrar las infinitas posibilidades de volar en un cielo abierto sin arriesgar quemar mis alas al acercarme a la luz del sol.
     La deidad venía con apariencia de jardinero. " Con un pincel mojado en miel escribe mi nombre en tu lengua y pinta una mariposa azul bajo tu ombligo"-dijo. En vano traté de recordar cuanto ritual había aprendido y terminé por descartar un sortilegio. Más bien me parecía un nuevo ensayo para su tratado de mariposas. No intentaba atraparlas sino que colgaba palabras en el cielo y se sentaba a verlas libar de las letras. Hartas, volvían al cerco con un instinto suicida y allí se quedaban con las alas sin desplegar. El líquido ámbar corrió abarcando cada átomo de mi cuerpo hasta llegar al lugar donde nacen las ganas de alzar vuelo. Inhalaba frases cercanas al astro y las jadeaba en mi nuca mientras perforaba mi cuenca. Los afluentes de melaza nutrían el caudal lúbrico que manaba de su naturaleza de anguila. Al desovar en el mar de mis sargazos, mi piel crujió. Una alevilla celeste echó a volar junto a la abeja tibetana que zumbaba, despojándose de vestiduras humanas.

Thursday, May 31, 2012

Consagración.

     Te sientan muy mal los domingos, son vampiros espirituales. Te digo que no hay conjuro que te libre si no lo haces tú mismo. Al final son dos días arruinados: domingo que es preludio de ese lunes fatídico, y el día de tu regreso al cuarto de la burocracia donde a los sueños se les cierra la puerta. Este es diferente, hemos roto el ciclo. Así, que el domingo es realmente lunes y regresas de viaje. Te he ablandado todo el tiempo que has estado ausente. Hacerlo supone un esfuerzo titánico. Nada más aburrido que las frases que se dicen los amantes a diario, nada más desalentador que premeditar palabras. Todo es dinámica de flujo: lo que te doy, me lo doy.  Volvemos a los orígenes, al sentido de las cosas. No busco alimentar tu ego porque me parece un ejercicio fatuo. Mas bien decido darle un buen zarpazo y te explico: No se trata de tí, es de mí para conmigo misma. Todo esto que te escribo es para preservar mi identidad. Tenía que dar amor para recibirlo y a quien único encontré a mano fue a tí. Te confieso que al principio pensé que no corría peligro, que estaba curada y podría abrirme. Y de repente, estaba enseñando una de las artes más viejas que conozco. Tampoco que fuese maestra y tú, discípulo. Era una simple vestal que abría su templo y trascendía en ese espacio y ese tiempo porque habías olvidado cómo era de buena la frescura.
    Afuera hace un frío bestial. Saco aquel abrigo que me regalaste hace años cuando fuimos a Boston y que descansa ocioso en el armario. La coriza me ataca, tanto tiempo guardado le ha dado un olor fuerte. Lo cuelgo del gancho de la terraza donde va una de nuestras orquídeas, la que huele a cacao. Como agua para chocolate estoy yo. Anoche no dormí del olor a hembra que despedía pensando en tu cercanía. Me basta imaginar ese cuerpo físico que encontré hace un tiempo y que me devolvió las caricias que mi mente soñaba. Me levanté a abrir las ventanas para que el efluvio se desvaneciera en la noche  y aún así desperté con esa fragancia natural en mi piel. Me ducho antes de salir. Este abrigo es tan elaborado que no amerita el uso de prendas. Podría salir a buscarte en pijama y nadie se enteraría. Pero no, he planeado bien que ponerme ,o mejor, no ponerme. Al final me decido a usar solamente un par de medias que me protejan de la frialdad.
      Sólo a tí se te ocurre viajar en tren. Tu vista desaparece ante el  paisaje y comienzas a ver dentro de tí. Cuando te encontré acordamos que el pájaro mecánico se usaría  para cruzar mar. La tierra la recorremos pegaditos a ella. Me gusta bajar las ventanillas y que el viento le hable a mi mano peregrina. Recoge esencias de indios navajos, leyendas de nómadas a pie, a caballo, en carretas que paran en medio del camino para tocar el violín y bailar, y  en balsas primitivas que surcan el agua hasta toparse con otra mano que se desliza atenta al canto de los peces.  La estación está desierta, nadie viaja por esta vía tan lenta. Bajas el último, miras a los lados para que nadie te descubra cerrando los ojos al besar y caminas hacía mí o hacia ese cuerpo, bajo el abrigo abierto, ahora al descubierto. Tu beso llega como agua de mayo. "Llévame a casa pronto, viajero, que tengo prisa"- te digo. Y al llegar ya no me urge, quiero saborearte despacio después que tanto has faltado. Ahora puedes sacarme el abrigo y no tendrás que quitar más nada. No quiero música esta vez. Quiero que me escuches resollar  y que ese canto animal te dicte palabras para  que la vibración de tu voz configure el cuerpo que deseas. Si cada día ofrendo mi alma, engulle este pedazo de materia que te obsequia mandalas.

Tuesday, May 8, 2012

Olvidos y evocaciones.

Me llamas angustiado y me dices que has olvidado la fecha de mi cumpleaños. Reconozco que te hubiese mandado de paseo porque más de una vez he desterrado a los que olvidan ese día, pero sonrío. ¡Qué poder tienes para desarmarme! El tono de voz te muestra indefenso y vuelvo a hablarte de esa suerte de cábala que me inventé con la combinación de nuestras fechas que han pasado todas las pruebas posibles de numerología. Sólo atino a decirte que te lo recordaré y que si quieres puedo escribirlo en tu cuerpo con carmín.
Peor fue despertar esa mañana y sentirme sin fuerzas. Abrir el grifo y ver el agua arrastrar mis sueños sin saber dónde irían a parar. Desconocer el ciclo y ver mi mundo bañar las alcantarillas de la ciudad. Sentí ganas de irme a ver el mar y caminar de la mano de Alfonsina hasta recoger los pedazos de mí que fueron a parar allí. Me adivinas y me ordenas que te llame, nada de peticiones sutiles las tuyas-"Llámame". Otra vez la voz que me hace perder el sentido de lo que es permisible y doblega mis instintos autodestructivos. Cambia mi suerte y decido irme a trabajar. Estaciono el auto y me saco los zapatos para pisar la yerba, matutina, fresca, como recién venida al mundo. Siento lo mismo que sentí al conocerte: una verdad conocida y recién descubierta. El que olvidas eres tú, yo recuerdo. Recuerdo que nunca me sorprendió nada de lo que decías porque eras el cuento que sabía de memoria , pero pedía que me volviesen a contar antes de dormir. Eras la leyenda a ser transmitida y cada orador aportaba algo nuevo para que llegases a mí. Camino descalza y recojo flores, las pongo en mi cabello hasta llenarlo y al llegar a mi buró lo sacudo hasta cubrirlo de diminutos soles amarillos. Allí están tus fotos y siento que comienza a fluir la energía y que he hecho homeostasis. Parecería que sufro mucho, pero es mi mecanismo de limpieza para volver a empezar. Me envías una foto frente el mar. ¿Te hablé de eso? No creo. De alguna forma allí te fuiste y te dejo en silencio para que comulgues con ese cacho de naturaleza que soy yo. Ese mar primario y a veces ignorado hasta que un tiempo hosco nos recuerda que necesitamos una bocanada vital. Al final de la tarde paso casualmente por " el lugarcito" como te gusta llamarlo. Le tomo una foto a la puerta del super donde me esperaste aquella mañana que nos vimos por primera vez. Lo nuestro no podía ser a luz de velas y violines, pero nada me pareció más adorable que te dijese que iba por leche y vegetales y te me aparecieras a la salida del local. Ahí estabas, yo llegaba de una largo viaje y tú eras mi amor de siempre.
Recuerdas el primer beso, tan público y desnudo, tan íntimo y tan nuevo. Lo sientes y evocas en ese momento. Llamas para pedirme un relato erótico y me transformo en Scherezada moderna porque no hay oficio más sublime que mantener entretenido tu cerebro.  Asistes a mi  aquelarre de versos y palabras soeces y despiertas; evocas nuestros encuentros y recuerdas enviarme una foto de tu jugo sideral. Y creéme, no creo que tengas una mejor forma de celebrar mi existencia.

Sunday, May 6, 2012

Mi regalo.

   "Y deja que veas el regalo que te lleva"- me dice mi madre y me deja con el sabor en la boca. Trato de sonsacarla con todas mis armas, pero me conoce mejor que nadie y no se deja vencer, nunca lo ha hecho. "Te va a encantar"- es su última frase y sé que no dirá más para que sea sorpresa. Me queda la sensación de niña cuando visitaba los museos coloniales en La Villa y veía todo ese espíritu que me rondaba como un fantasma y que no estaba al alcance de mis manos. Cuando iba a casa de mi abuela esperaba a que se durmiese y sacaba la llave del escondrijo que ella creía seguro y me quedaba mirando esa vajilla alemana de Bavaria, sacaba las copas de todos los tamaños y bebía un tinto de las mejores añadas, colocaba los cubiertos de plata a los lados y me servía un festín de esos que ella se inventaba, y al final, el oporto. A duras penas lo devolvía todo a su lugar justo antes de que despertara. A la hora de su baño corría a sus gavetas y me colgaba sus perlas( sello distintivo), aún conozco gente que la recuerda por llevarlas siempre puestas.  En mis lóbulos los aretes de oro que hacían cadenetas, esos que uso solamente en ocasiones muy especiales. Soñaba por ratos, hasta que la vida me devolvía a la realidad. Entonces la convencía para que abriese el armario de la sala y sacase las fotos de sus viajes con abuelote y ahí estaba yo en el medio de Europa viajando con ellos hasta que aterrizaba en mi ciudad y sabía que me faltaban años para eso. Como una buena cosecha, habría de esperar a añejarme y sorber los libros a gotas para que guiaran mis pasos en mis viajes.
     Aún no creo que hayas ido a verlos. No quiero hacer símbolos de tus acciones. Eres un hombre auténtico. Haces las cosas cuando quieres, cuando las sientes. Te imagino sentado en el sillón de mimbre, les cuentas cosas que ni yo sabía. Mi madre me hace un mensaje extenso y me da detalles, sus palabras te muestran tal como te conozco. Al principio de encontrarnos te dije que se enamoraría de tí y en sus líneas me llega la misma impresión que sentí. Tengo que esperar a tu llegada para que me des las tuyas. Te he hablado de ellos hasta el cansancio, pero quiero que palpes mi estirpe. Es hora de que veas la vejez de todo lo que has visto en mí. Quiero que veas como envejeceré, los temas de los que hablaré, la mezcla inconmesurable que es para mí el intelecto de mi padre y el espíritu de mi madre. Veo más. Andas por el cuarto del fondo, el de  los libreros y los discos. Recorres con la vista los tomos, te bebes a golpes lo que leí, lo que escuché. Te pido que te regales mis discos y uno a uno los pasas, haces la selección y cargas con otro pedazo de mi historia. Encuentras en ellos dibujos, poemas que escribí de adolescente, hasta que leí toda la poesía que quise y la abrigué dentro de mí para nunca dejarla ir. Esa poesía te acaricia en actos, cuando de lejos te cuento. Es la voz que te acompaña cuando no estoy y me hace tangible. Son las letras que escribo cuando me pides que narre y mis palabras te acarician hasta que detona la carga emocional que te ofrezco.
  "Aterrizando"- dice tu mensaje e inmediatamente me mandas una foto de mis viejos. Conduzco pensando en tí y en ellos, el mundo del cual salí y al cual viajo hacia tu encuentro. Dos mundos continuos y duraderos, dos mundos en pieles nuevas, las que hemos renovado con tu viaje a mi raíz. Te envío una foto como si no me recordaras. Mi sonrisa es lumbre que ha faltado por días, es espléndida y decido guardarla. Sé que la reenviaré cuando venga un día aciago, unos de esos días que olvidamos lo que somos y necesitas ver el rostro de la felicidad. Llego a la sala donde se apiñan los parientes y amigos de los que vienen o regresan. Y soy yo en esa sala, la única amante. Desisto de intertar buscarte a través de la pared de cristal y voy a la puerta por la que saldrás. Asomas y me sonríes, me controlo. No debo correr como niña que regresa a casa del colegio y busca su juguete favorito al que ha extrañado todo el día. Me besas largo. Me recuerdas cuán generoso puede ser tu beso. Un empleado del aeropuerto nos grita que no interrumpamos la salida de los viajeros que arriban. ¿ Qué sabe él de nuestras ansias? Me pregunto si podré controlarme hasta llegar a casa. Ya sé que no podrás. Intuyo que conduciré con tu mano hurgando mi vientre y me he puesto falda para hacerte fácil el camino. Con un tirón de puerta, me arrancas la ropa y ensartas. Hueles a nuestra ciudad, a salitre y comida casera, a mangos del patio y a hogar. Retoco como campana llamando a fiesta y tú me inundas de savia milenaria con ese sabor que tienes a macho fresco.
    Te levantas de la cama aprisa y  me traes mi regalo. Había olvidado que esperaba algo material a tu regreso. Detestas al franchute, pero dominaste el disgusto para darme placer. Me deleita escucharle hablar de música cubana y surrealismo.  Te duermes en mi pecho mientras miro los documentales de ese que describe como nadie la ciudad que nos bendijo.

Saturday, April 28, 2012

Oda oral.

Me acosté a vegetar bajo el sol. Debí haber usado un vestido primaveral y dejar que el viento se colara por donde encontrase una rendija y me poseyera, asolando un campo ya de por sí yermo. Bebías en tu jardín y yo desde mi balcón te hablaba, inconteniblemente, así como hago cuando ya he sudado mis ganas por ti y no sé qué más extirpar de mi cuerpo. Vuelves a desaparecer y el viento, otra vez. Mi cuerpo intacto a tu toque, inmaculado e inerte. Desolación. Dejo que el viento me azote, me desvirgue sin caricias, cubro mis oídos para que no me hable, no quiero voz sino la tuya. Cierro los ojos, que no fijen un panorama que detesto. Sólo quiero el roce de genitales, penetración que arranque  lubricación a última hora y con ella que arrastre el dolor.
Me llamas y anuncias que has conseguido no uno, sino tres libros del autor que te pedí. Ya saboreo su poesía, ese será el vehículo. Nos tumbaremos tras el sudor, los gemidos, el espasmo añorado. Leeré poemas y viajarás en lenguas y a épocas distantes. Versos que habitan nuestra piel y salen expulsados con un clímax que no nos cabe dentro. Versos que se reinventan en mi voz. Sabes que detesto la tecnología cuando se trata de libros. Guardo las ediciones de los clásicos que he  leído. En mi último viaje a la isla me los traje junto al olor a humedad, el papel amarillo por el tiempo, mis notas en los márgenes, los dobleces en las esquinas. Los prohibidos aún conservan el papel con que cubrí sus portadas. Cuando recibo un libro, abro una página al azar y en esa primera inhalación me trago el espíritu del autor que deambula hasta encontrar reposo en una imprenta. Creo en las cosas vivas tocadas por los humanos. Si me diesen a escoger descifraría el manuscrito de tu dermis con mis yemas. Es por eso que hay días que nada me calma. Leo tus historias y me acaricio hasta la saciedad; pero al final de la jornada me queda un vacío. Cuando debiese palpar tu piel antes de dormir y tener un oyente para mis sandeces, un espectador para mi desnudez, una "nariz" para mis olores y una boca para degustarme, faltas.
Silencio. A veces dudo que nos hable la piel tras un aparente 'impasse". Es un ciclo que se repite, vuelves una y otra vez cuando empiezo a hacerme a la idea de que ya no vendrás, e irrumpes con fuerza. Me dices que escribes desde el barrio judío, sentado en el café donde Kafka anotaba en servilletas y como él construyes tu pensamiento en forma de imágenes. A rodar. Ropa para tres días y a correr al aeropuerto. Un vuelo de 11 horas sin escala para poder recoger mis libros. Voy soñando con la orquesta de cámara y el concierto de Dvorák que me has anunciado en la Casa Municipal. Cuando te pedía que me llevases a Praga, soñaba con una foto besándote en Old Square Town.  No sé si voy por los libros o por ti. Ahora me seducen más ellos. Abres la puerta de la habitación con vistas a la plaza, pero no veo nada. Recorro con los ojos los rincones y los encuentro sobre una mesa, la lámpara los acaricia llenándolos de luz. Prolongas el momento de la entrega y  me robas un beso súbito, tentando mi sexo con el dorso de tu mano. Casi estoy a punto de rendirme y das la vuelta para regresar con ellos. Los repaso por encima. Ya conoces la ceremonia: los abro y olfateo. Me pides un beso bajo y corres la cremallera de tu pantalón. Soy una mesalina poética y mi boca se abre a los versos. Torrente que baña el suelo, el paladar y la mucosa bucal, sigue a las papilas y corre por el centro de mi lengua, riega mi garganta y comienza el descenso. La poesía me alimenta.

Tuesday, April 24, 2012

Aviso.

Así de vacíos estarán los divanes cuando las mujeres se liberen de la neurosis acariciándose frente a sus hombres y estos lloren de puro placer, dejando al descubierto su sensibilidad.

Wednesday, March 28, 2012

El boceto.

La halló sentada en la alfombra frente a un anaquel atestado de libros de arte. A primera vista, una pierna extendida bajo una falda que aunque la cubría dejaba entrever unas extremidades torneadas.  La otra, al parecer, acomodaba el pie frente a su ingle en una flexión que le permitía inclinarse hacia adelante para apoyar sus codos buscando sostén y el torso desdoblado sobre el libro como buscando insertarse en sus páginas. La melena lucía recién lavada  aún mostrando algo de humedad y caía cubriendo mayormente el dorso, a la vez que algún que otro mechón le acariciaba las axilas.
Las reproducciones del artista llenaban su casa. Cuando sus ojos y su alma se lo pidieron, comenzó a ocupar las paredes. Cada una representaba la mujer que quería: un ser candoroso con aires de ninfa traviesa. El artista describía mujeres sensuales, rojo en el cabello, bocas listas para paladear y beberse el digestivo. En sus obras desafiaba la teoría del color. No importaba si los colores eran cálidos o fríos, la vestimenta abigarrada o ninguna; lo que quedaba eran los rostros. Sus bocetos no eran más que líneas y garabatos carentes de cromatismo y aún así, ahí estaban los ojos perdidos, la boca abierta en abandono interpretando ad libitum.
Parándose a su lado, fisgoneó con gusto. De este lado lucía una mujer entera. La figura señalaba camino andado, pero bien llevado. El punto marcaba sus líneas y el escote generoso sin rayar en lo vulgar, le regaló las formas. La detalló sin prestar atención al libro que buscaba y ella sostenía. Los senos pequeños y redondos trazaban una curva natural  proporcional al resto de su cuerpo. Entre tanto, el ojo femenino lo medía. Subió desde los zapatos hasta llegar a sus caderas. Ya sabía que era algo superficial de su parte mirar los zapatos de un hombre, pero eso hablaba de su personalidad. Sintió la cara interna de sus muslos aprisionando esas caderas masculinas y su pelvis amasando líquidos. Volvió atrás en el volumen. La modelo se acariciaba con los ojos cerrados saboreando su intimidad, ahora compartida. Levantó la vista del dibujo y lo miró con firmeza, pidiéndole con un gesto que bogara a su espalda. Reclinándose en su pecho guió una de sus manos hasta el pezón derecho para que el ardor que la consumía se fundiese con la fricción del pulgar e índice masculinos. La izquierda se movía por su cuenta escalando  aprisa bajo la falda hasta encontrarse con unos dedos menudos que la detuvieron. Estos, la condujeron a la cima del monte y la hicieron bordearlo uniformemente para luego dejarlo que hiciese solo el camino a la gruta. Adentrándose en la caverna, dejose abrazar por la cálida humedad que lo recibía. Pensó el hombre cuán desorientado había estado al creer el Paraíso tan lejos de esta profundidad de la Tierra y dejó que la corriente lo llevara hasta el fondo.

Sunday, March 18, 2012

El árbol.

El primer árbol ofrecía olor a naranjas, un frescor citrico que acompañaba  cuchicheos cómplices de adolescencia. Fueron  tiempos de levedad. Se besaba porque si, por intercambiar salivas y restregueos, sin entregar más.  Las comparaciones eran mínimas y se besaba apurado como queriendo comerse el mundo. El  desorden mediaba. Se besaba por un libro que gustaba o por un concierto compartido. Sólo la madre sabía la verdad y le dijo a un chico –“ a ella se le conquista fácil si sabes qué hacer, la magia está en que perdure ese instante” Aún no plantaba semillas ni recogía riego humano.
Con el tiempo llegaron los sembradores. Con cada átomo de luz, salía una ramificación, una bocanada de oxígeno indomable. Los acogía combinando espacios de sombra para que  el sol no los cegara.  A medida que se erguía en toda su esbeltez, llegaron los días de profundidad y menguaron los besos.  Dejó de abrirse a las bocas como antes.  Los besos eran el vehículo que  enviaba la señal a su sexo, y desde allí   medraba, como raíz aferrándose a la tierra.
 Y comenzó el aprendizaje. Cuando ya se creía fija al suelo, este empobrecía ante la falta de abono y las raíces comenzaban a moverse. Así aparecieron las primeras hendiduras en una superficie robusta a primera vista. Con los años, la concavidad amenazaba volverse una sima irrellenable, como un pozo al que se lanzan piedras con la ilusa esperanza de escuchar el agua y devuelve un sonido hueco cada vez más atronador. Se sucedieron los trasplantes y con ellos los tiempos de búsqueda de tierra fértil. Un respiro resfrecante inicial y  luego, la angustia ante cada  zambullida de sequedad.
A la llegada de la primavera, se sumó el intercambio de plexo solar. No se habló de principios o finales, de semillas o frutos. Allí en el medio del campo, se levantaba el árbol. Caminó hacia el sin premeditación y se sentó bajo su sombra para luego acostarse a contemplar las ramas. A través de ellas alcanzó a ver el sol. Entonces supo que debía incorporarse para abrazar su cúspide. Con el labial rojo marcó las ramificaciones hasta llegar al tronco y allí se sentó a bailar. Sin que mediara el viento, la base se estremeció  y las hojas cantaron un himno tántrico. Las ramas se alargaron hasta  alcanzar el cénit al tiempo que llegando a la raíz, quedó plantada.

Tuesday, February 28, 2012

Cinema.

El lugar daba muestra a todas luces de lo que era un espacio que promovía talento sin hacer caso a lo que vendía.  La mayoría de los que asistían al cine no lo hacía buscando  filmes que los hicieran pensar. En cambio, añoraban una cinta fácil que los sacara de sus embrollos diarios. Inconscientemente volvían a entrar al mundo del cual trataban de escapar; pero lo hacían en cuerpos ajenos.  Cuando comenzó a asistir a las sesiones de proyección de películas internacionales, le parecía estar en la piel de Totó descubriendo la magia del cinematógrafo de la mano de Alfredo.  Regresaba a casa con una sonrisa y pasaba días pensando en los diálogos, en una fotografía que decía más que mil palabras, en la música que era tantas veces, protagonista.
Esa tarde al comprar su boleto, entró a la sala con un entusiasmo que no podía explicarse. Las luces ya se habían apagado con el comienzo de los comerciales y a tientas buscó una butaca cercana a la puerta de salida que le permitiera escurrirse una vez terminada la presentación. Era tímida y tratando de evitar miradas, casi introdujo la cabeza en su bolso fingiendo buscar algo. Una voz cadenciosa le pidió permiso y al pasar frente a ella sus ojos se desviaron de la pantalla para sólo volver a ella tras el choque de miradas que le metió al hombre en el cuerpo por el resto de sus días. Sintió que la piel próxima a ella irradiaba una energía sensual que la quemaba más que el sol de verano a mediodía en un campo adusto sin árboles que diesen sombra.  A la vez, su cuerpo aceptaba gustosa ese calor que prometía fundir una glaciación que se había apoderado de ella durante mucho tiempo. Le tomaba su tiempo abrirse. Además, tras unas cuantas experiencias fallidas, se prometía una y otra vez no entregar más, aún cuando supiese que era inútil. Terminaba dando porque no podía aguantar la tibieza de sentimientos, la aridez que la hacía envejecer al cerrarse al universo y no decirle ni tan siquiera en murmullos que amaba. Al tomarle la mano en una de las escenas, supo que no había escapatoria y que ese hombre cuyo rostro apenas distinguía entre las sombras estaba hecho para ella. 'Atrevido'- pensó. Retiró la mano reprochándose no ser intrépida. De repente sintió miedo. ¿Y si  el gesto de apartar la mano le quitaba todo lo que no había empezado  pero sentía suyo? Ahi junto a ella, un pedazo de materia que lejos de cualquier ínfula  de posesión se presentaba como un instrumento redentor. La falta de movimientos corpóreos silenciaban cualquier indicio de práctica y ya empezaba a alarmarse cuando el personaje masculino disparó la flecha que dejó una marca roja en la parte inferior de la túnica de la virgen.  Los diálogos enmudecían ante la cítara, tal como se cocía entre ellos un libreto que alcanzaba protagonismo en si mismos.
   Antes de que encendieran las luces salió arrastrando los pies y sin mirar atrás, huyendo sin ganas de lo que quería y rogando que viniese tras ella. Volvió a sentir la mano y esta vez la dejó acariciarla. La ternura firme del gesto le sacó el espanto del cuerpo. Le vendó los ojos y cerró los suyos.  Parecían  ciegos acomodados a ver con las manos. Estudiaronse con la boca y el tacto hasta caer en una hipnosis regresiva que les habló de sus vidas. Comenzó a balancearse de un lado al otro como un péndulo rigiendo destinos. El hombre la recorría con los dedos espaciando el momento del disparo. Cual diestro arquero flechaba su cuerpo con labios y roces. Al salir la saeta y alcanzar a la fémina, más de una vez había sangrado humedad por el cono sur de su cuerpo.

Friday, February 10, 2012

Dos es 1 +1

 Ahora la avenida parecía interminable, toda su holgura extendida ante  unos pies que se arrastraban sin rumbo fijo. Daba vueltas con la vista extraviada desconociendo el lugar que había pisado desde siempre. Estaban los mismos de otros días y rostros nuevos que se perdían en la bruma de masas humanas con sus cargas a cuestas. Tanta tristesse escapaba al clima, a una ciudad alegre, a sí misma que con frecuencia lograba desterrar la abulia; mas hoy la poseía con una fuerza brutal ante la que se sentía indefensa. No sabía que día de la semana sobrevivía, inmersa en un silencio aniquilante.  Se asomó a un quiosco  y vió la fecha en el periódico local. La señora le preguntó si quería alguna revista y con un gesto de la mano le contestó negativamente. Tres días más y volvería. Y con él, las jornadas de amor y desasosiego, de admiracion y desprecio; dependiendo de cuan André o Marc fuese.
André era el amante bandido, la sal de la relación, ese que le arrancaba risotadas o insultos, aunque a veces prefería callar y dirigirle una mirada de lástima por los momentos de vulgaridad emocional. Se pintaba como el hombre que sabía todo de las mujeres y coleccionaba amigas en redes sociales que sin saberlo alimentaban su ego con comentarios que, en ocasiones, denotaban mediocridad. Poco sabe la vanidad distinguir una cosa de la otra al ser foco de atención. Ella era otra espectadora, una silente. Tras varios mensajes privados donde hablaron de sexo y otros temas hasta la saciedad, se vieron en aquel bar. Entre vinos y tapas desentrañaron mundo  y adentrándose en los vericuetos de la mente le contó como la penetraría. Sin saber cómo ocultar el sonrojo y deseosa de acariciarse le pidió que la excusara para ir al baño. Hasta allí la siguió y así,sin más, la doblo sobre el lavabo y haciendo a un lado sus bragas entró hasta sacarle los colores y los calores por cada poro de su piel. André fornicaba como lo haría con una ramera, descubriendo su esencia de hembra en estado natural; y le pagaba con sonrisas de malandro, hasta el momento en que explotaba. Entonces, cerraba los ojos y parecía un hombre puro. Su rostro exteriorizaba la respuesta a la interrogante que la atormentaba cuando lo derrotaba la apatía.
Marc era el eterno novio, el cante jondo. Le hablaba de una ciudad donde se sentarían a ver atardeceres. Para Marc cocinaba con clavo de olor y mucho antes de que el olor del guiso escapara del caldero, la besaba buscando el aroma de su piel. Marc la hacía volar mucho antes de que sus piernas se abrieran a él. En su mente le ponía versos que eran dignos presagios del ascenso y cuando exhaustos yacían, ya sin aliento, desordenaba su cabello tatuando poesía cual axioma en su pensamiento. Era el creador al que observaba en silencio y a un tris de interrumpirlo para pedirle un beso, se mordía los labios conteniendo su deslumbramiento. Marc era el hombre frágil que corría a refugiarse en ella, llorando todas las lágrimas del mundo en su seno; y el que clamaba amarla sin motivos aparentes.
Hacía tiempo había aceptado la realidad: la convivencia no era para ellos. Al menos, no momentáneamente. Le desconcertaba tanta calma, tal desdén por esa perentoriedad habitual de los amantes de vivir juntos y sumirse en la rutina de un hogar. Se resistía a dejar que detalles mundanos mataran el romance y la adrenalina acumulada a la espera de un encuentro. Alguna que otra vez, cuando un viaje o algún proyecto lo alejaban por días, extrañaba dormir una siesta junto a él  o levantarse en la mañana y colarle el café  batiendo el azúcar morena con la primera erupción. Ni siquiera contaba las horas o los minutos, prefería medir la calidad de la plática y del sexo o de cualquier acto terrenal que se les antojase. Ella esperaría, cual Penélope moderna, trabajando en algo que disfrutase, haciendo las veces de mujer independiente con vida propia que no se estanca por un hombre.  Y sin embargo, había puesto un par de reglas: poco le importaba si se acostaba con otra mujer, tampoco que quisiese saberlo; empero, el sexo no contaba. Lo que nunca soportaría sería que se involucrase sentimentalmente con alguien. Los conciertos de verano en el parque, los encuentros para comer algo en el café, las caminatas por el Barri Gotic y los libros de regalo sin aniversarios que celebrar, serían exclusivamente suyos.
De repente, vio una entrada de metro y revolvió su bolso buscando el pase. Le quedaba un solo viaje y desdeñó la idea de regreso a su piso. Subió los escalones de la colina evitando las escaleras mecánicas, buscando un agotamiento físico que le hiciera olvidar las horas que ahora contaba. Caminó el sendero que llevaba desde el final del parque hasta la entrada triunfal del dragón colmada de turistas tomando fotos. Escurridiza pasó frente a los nichos de piedra donde las palomas se escondían a mitad de la tarde para amarse entre sombras. La simbiosis se reflejaba en el músico y su laúd. Se sentó a escucharlo  aguardando la reapararición.  Las manos de André tañían el laúd con fuerza arrancándole en cada nota un suspiro propio de Marc.

Friday, January 27, 2012

La herencia de bisnonna.

    Desde que tengo uso de razón  he escuchado la historia de mi bisabuela que murió a los dos meses de fallecer mi bisabuelo. Cuando una es pequeña, escucha eso y  realmente no le presta mucha atención. En la adolescencia me parecía lo más romántico del mundo eso de morir de amor. Años más tarde, siendo ya madre, me preguntaba cómo esa mujer llegó a amar hasta el punto que perdió el sentido tras la partida de su amado y descuidó a seis hijos, incluido un par de mellizos recién nacidos; pero lo poco e intenso que he vivido me ha hablado de irracionalidad, en unas ocasiones más conmensurable que en otras.  Poco sé de ella. Al parecer, la dejaron en el olvido porque no existen imágenes suyas. Pudiese ser que al asumir la adopción de sus hijos los diferentes padrinos, se haya perdido lo poco para la época que había quedado en fotografías.
   Nacida en Santiago de Cuba y para ese tiempo ya muy criolla, tenía origen italiano; así que ya sabemos la naturaleza appassionata de dónde nos viene. Y es que cada generación, salida de ese vientre  ha parido mujeres de miel a las que es casi imposible resistirse; pero que con la misma fuerza, devienen en iracundas si la situación lo amerita. Como somos mujeres muy refinadas, no nos enredamos en escándalos ni nada que se le parezca. Ante el público, hacemos uso de estos ojos poderosos que nos dieron y con una mirada helamos a cualquiera. A más de una he visto salir corriendo y permanecer alejada bajo pretexto de estar ocupada. Para la intimidad de la habitación dejamos el desgarramiento, la rabia y los celos; y transformamos toda energía negativa subyugándola en movimientos corpóreos. De haber vivido en el medievo, nos hubiesen quemado a todas. Al principio de conocer a mi hombre, me gritaba "Bruja" cuando le mencionaba algo de lo que pensaba no tenía ni idea. El apelativo recae menos sobre mis hombros pasado el tiempo, pero aún se queda frío con mi poder de intuición  Estas son cosas que heredé de mi madre y ella, a la vez, de su nonna.
    Mi abuela fue a parar a la Habana con sus padrinos, después de haber vivido con unas monjas por un par de años. Al parecer llegó a detestar todo resquicio de falsa piedad religiosa que nunca la acogió pues no se pagaban altos tributos por su crianza. De esa falta, desarrolló una conmiseración por cuanto desamparado llegaba a su puerta.  Se servían suculentos platos en el amplio portal de la casa que mi abuelo le construyó en el barrio de Buen Retiro y cuya placa fecha el año de nacimiento de mi madre. Mi abuelo estudió en New York y a su regreso a Cuba trabajó durante años como chef en el Nacional. No obstante, en esa casa de barrio habanero, el universo mágico de los calderos era de nonna. Durante mi infancia fue la cocina mejor equipada que ví en la Habana y Nitza Villapol hubiese enrojecido de ira viendo a aquella mujer diminuta moviéndose de un lado a otro balanceando las caderas de matrona italiana y mucho más si hubiese alcanzado a oler los vapores que despedían las ollas mientras guisaba.  En los almuerzos domingueros y cuando ya algunas copas de oporto relajaban el ambiente, se contaba como en sus años de juventud y antes de conocer a mi abuelo, iba a bailar a un club donde cierto político acostumbraba a pedirle una pieza hasta el punto de acosarla. Con toda la irreverencia que la caracterizaba, se le plantó delante en una ocasión que susodicho señor apareció con su esposa y sin preámbulos le preguntó si esa noche no iba a invitarla a bailar. Su cuerpo diminuto guardaba una fuerza envidiable. Mi abuelo partió antes que yo naciera y nonna quedó sola al cuidado de sus hijas y con un ramillete de nietos que hizo la alegría de su vida. Nunca contó pormenores de su relación con él, mas guardaba en su mesa de noche un fardo de poemas escritos durante su época de noviazgo y que fue lo que conquistó definitivamente a esa reina de corazones.
    Con tanta historia, no es de extrañar que no me sorprendiese nada el comienzo de la relación de mis padres. Mi madre me cuenta sin tapujos porque dice que sólo yo puedo entenderla. Sentada una tarde en el portal de su casa con dos hijos de un matrimonio fallido (creo que se hombre huyó intimidado por tamaña mujerona) vio a mi padre pasar y dijo- "Ese hombre va a ser mío". Y suyo fue. Mi padre cayó rendido ante una mujer madura que amaba con ansias de niña y a la que el infortunio no le quitó las ganas de dar. Desafiaron cuanto se puso por medio. La de veces que a través de los relatos de mi madre viví noches de bohemia en La Habana de finales de los sesenta, los besos a hurtadillas, las entradas nocturnas de mi padre en el piso de mi madre, la sorpresa familiar del anuncio de nupcias a solo dos días del suceso. Y con setenta años, cuenta esta mujer esa historia y sus ojos se encienden como el primer día, con el mismo brillo de las miles de fotos que le tomó mi padre que la hizo se musa.
     A los cuatro años, fecundado fue un óvulo que esperaba impaciente por hacer suyo el legado idólatra de tres generaciones. Surgí una mañana, como Afrodita, ya hecha mujer.  Me colmaron de mimos y viendo a mi madre aprendí que se besa a plena luz del día, deteniendo el tráfico, inmortalizando el aire suspendido en el roce de los labios. Y cuando mi hombre dibuja mis labios, la boca espera con el jugo de esa isla bañada por el Mar Tirreno y renovado por el Caribe. La mía entona epitalamios que su boca sucede.

Saturday, January 21, 2012

Sexo, fotos y cintas de vídeo.

Lo habían recomendado como un profesional de fotografía en blanco y negro. Hacía rato buscaba alguien que reflejara sus líneas naturales fuera de un estudio. En realidad quería quedar plasmada como Tina en aquella foto de Edward Weston donde exhibía un cuerpo maduro. Cambiaría la azotea por un muro con mar de fondo y bajo un sol tenue que evitase sombras chinescas. El deseo de posar no era tanto un culto a la desnudez como musa inspiradora sino el deseo de explorar su cuerpo sin que mediase un espejo. En un primer contacto, el fotógrafo le dijo que por lo general no hacía desnudos porque era fácil hacer arte con los arcos de una mujer. Sin embargo, algo en la voz femenina le dijo que habría más que un torso y unas extremidades al descubierto.
Antes de sentir el  calor y la humedad le llegaron los claroscuros y los sonidos. Como el clima no acompañara, la cita se dilató; y un buen día, comenzó a recibir una procesión de imágenes que esperaba él reprodujese llegado el momento. La mujer adoptó como costumbre irrenunciable enviarle archivos fotógraficos  de su presencia en la piel. Las instantáneas iban en blanco y negro. Se había decantado por la luminosidad del contraste de una dermis casi transparente y el detalle de dos areolas encendidas cuando asomaba el torrente de las ganas. Las ropas abandonaban su cuerpo a una señal y se mostraba tan mágica como sus ojos quisieran verla. Quería, cuanto antes, desprenderse de todo y mostrarle el lado traslúcido que tantas veces había soñado. De la pasividad de las fotos pasó a unos cortos, cuando las ganas de él la hacían bailar frente a la cámara y hacerle cintas donde gradualmente la música se apagaba acallada por una respiración fuerte que terminaba expulsando su nombre del templo por donde él se paseaba.
Llegado el día, depiló sus labios inferiores para que la colmara de besos y llegara a su hueso sin otro intermediario que la lubricación que su cercanía le haría desprender. Antes, le beso los pies y las rodillas y apartó cualquier remanente de tela para bebérsela a gotas mientras le clavaba los ojos en una mirada que hablaba de mucho más que deseo. ¿Qué entiende la perspectiva del cuenco que ahora le recibía y rebosaba de placer? Las imágenes quedarían como una alegoría de pérdida cuando, sola, le buscara.  Entonces, se las enviaría para recordarle ese momento de derroche y ternura.
Ese día redefinió la dicha. La dicha no cabía sino en esos dos cuerpos secretando al unísono. Hay imágenes que el lente no puede captar y se revelaban en la poesía que le leía mientras su cabeza reposaba en su vientre; vientre que acogía la vida que le brindaba su esperma. Una imagen facsímil de la dicha, cristalizada al retomar el cuerpo que fue suyo ayer y lo era hoy, como siempre.


Wednesday, January 4, 2012

El lago.

       Abrió la ventana que daba al lago y llenó sus pulmones del aire gélido. Cierto calor humano se había instalado en su alma y desafiaba cualquier alusión poética de comienzo primaveral en esos primeros días de diciembre. "Envíame una foto del lago helado"- le había pedido y él había esperado pacientemente una primera nevada que diese efecto de postal comercial. No le gustaba ese tipo de expresión pero no podía negarle algo tan mínimo. Enfocó hacia el lago y pensó en la irreverencia de un paisaje tan quieto y el remolino interno que sentía y al que se negaba a ponerle nombre. Trataba de hacer un recuento de los primeros acercamientos a esa mujer que ahora veía como una inoportuna de la que no podía prescindir.
      Habían empezado por enumerar las cosas que tenían en común hasta hartarse de registros inútiles. El alma no entiende de cuentas sino de descalabros a flor de piel.  Después vinieron los rasgos auténticos que no pueden contarse, los gestos que hacen la cotidianidad insólita. Así, leían un libro simultáneamente e intercambiaban frases en mensajes, hasta que se le ocurrió mandarlos como notas de voz. Comenzó a recibir poemas de Kavafis y Lorca, el Credo de Nazoa y se le antojó que aquellos versos habían sido escritos para ser declamados por esa mujer. Otras, cantaba canciones a capella. No importaban la entonación o el registro. Creía que si el canto salía de su pecho, la melodía invadiría su boca y podría susurrarle madrigales al oído. Escribía notas a mano y le envíaba las fotos sin atreverse a esperar la demora del correo tradicional. Luego, las recibía y ponía en el rincón de la pared donde acumulaba los recordatorios de asuntos urgentes. A veces, dejaba pasar un par de  meses esperando que ella olvidara el envío y entonces retrataba la nota y la despertaba con una de las preguntas o afirmaciones que ahora hacía suyas.
           No necesitaba sus fotos para verla ahora en las aguas del lago. Una aparencia moderna contradecía su naturaleza mas bien romántica. Al ver su rostro no podía evitar pensar lo que se habían perdido los maestros del Renacimiento. La hubiesen inmortalizado en mil óleos, pero por estos días ya nadie pintaba eso. Una nota melancólica asomaba a sus ojos cuando faltaban las palabras y la distancia se hacía tangible en ellos.  La tecnología les ofrecía imágenes que hablaban por sí mismas. La veía apagada, haciendo la tristeza hermosa y a la misma vez lo enamoraba el derroche de amor de sus pupilas. Revelaban un perfil platónico y otras tantas veces su culpa carnal hasta que se cerraban por la fuerza del arrobo o la caída de la cabeza hacia atrás. Así la tuvo entre sus brazos mientras su boca la acogía. Su cuello parecía buscar el sol que le aumbraba el rostro, lista para emprender vuelo y desprenderse de lo terrenal. Sólo escucharlo la calmaba temporalmente. Su voz abría las puertas a la esperanza. Eso le gustaba de los hombres maduros. A diferencia de los de su generación, los que pasaban los 40 no dejaban que la virtualidad reinara y entendían la supremacía del calor humano aún de lejos; y él comprendía a cabalidad lo importante que eran para ella las llamadas. La llamaba camino a su hora de almuerzo y lo veía caminando entre tanta gente ruda que ni se miraban a la cara, como si hubiésemos sido todos hechos siguiendo un mismo patrón y los ojos no revelaran existencia alguna. No podía ver la ciudad sino a través de su mirada. En cierta medida, desprendía un pedazo suyo en cada exposición a la luz o las sombras y dotaba de vida cuerpos hasta entonces inermes con la magia de una instantánea.
     Le asombró el pedido de la foto del lago. Sabía que tanto tiempo sin verse la afligía y ahora con la ventana abierta, no podía evitar verla sino como una Ofelia desnuda sólo cubierta por las mismas margaritas que acostumbraba llevar enredadas en sus cabellos.  Corrió al teléfono y la escuchó distante, pero jovial. Enunció su petición y dijo que la esperaba. Colgó sin reparos. Un sonido anunció un mensaje y la respuesta llegó en forma de imagen. Ahi estaba en blanco y negro, la boca que siempre lo recibía. Volvió a la ventana y retrató la luna llena reflejada en el agua.