El primer árbol ofrecía olor a naranjas, un frescor citrico que acompañaba cuchicheos cómplices de adolescencia. Fueron tiempos de levedad. Se besaba porque si, por intercambiar salivas y restregueos, sin entregar más. Las comparaciones eran mínimas y se besaba apurado como queriendo comerse el mundo. El desorden mediaba. Se besaba por un libro que gustaba o por un concierto compartido. Sólo la madre sabía la verdad y le dijo a un chico –“ a ella se le conquista fácil si sabes qué hacer, la magia está en que perdure ese instante” Aún no plantaba semillas ni recogía riego humano.
Con el tiempo llegaron los sembradores. Con cada átomo de luz, salía una ramificación, una bocanada de oxígeno indomable. Los acogía combinando espacios de sombra para que el sol no los cegara. A medida que se erguía en toda su esbeltez, llegaron los días de profundidad y menguaron los besos. Dejó de abrirse a las bocas como antes. Los besos eran el vehículo que enviaba la señal a su sexo, y desde allí medraba, como raíz aferrándose a la tierra.
Y comenzó el aprendizaje. Cuando ya se creía fija al suelo, este empobrecía ante la falta de abono y las raíces comenzaban a moverse. Así aparecieron las primeras hendiduras en una superficie robusta a primera vista. Con los años, la concavidad amenazaba volverse una sima irrellenable, como un pozo al que se lanzan piedras con la ilusa esperanza de escuchar el agua y devuelve un sonido hueco cada vez más atronador. Se sucedieron los trasplantes y con ellos los tiempos de búsqueda de tierra fértil. Un respiro resfrecante inicial y luego, la angustia ante cada zambullida de sequedad.
A la llegada de la primavera, se sumó el intercambio de plexo solar. No se habló de principios o finales, de semillas o frutos. Allí en el medio del campo, se levantaba el árbol. Caminó hacia el sin premeditación y se sentó bajo su sombra para luego acostarse a contemplar las ramas. A través de ellas alcanzó a ver el sol. Entonces supo que debía incorporarse para abrazar su cúspide. Con el labial rojo marcó las ramificaciones hasta llegar al tronco y allí se sentó a bailar. Sin que mediara el viento, la base se estremeció y las hojas cantaron un himno tántrico. Las ramas se alargaron hasta alcanzar el cénit al tiempo que llegando a la raíz, quedó plantada.
Imágenes que llegan profundo como las raíces del árbol y alto como sus ramas.
ReplyDeleteUn orgasmo verde.Quiero quedarme con esa imagen.
ReplyDeleteAbrazos y luz, tocaya.
Gracias, Maurice. Un gustazo que me leas y comentes. Un abrazo apretado.
ReplyDeleteM.
Qué bueno que llegó así de esperanzador! Un abrazo, querida. Quédate esa imagen :)
ReplyDeleteLinda historia de como un arbol se convierte en arbol. Lindas y muy sugerentes las metaforas. Un abrazote
ReplyDeleteDe como primero es porque si y de como luego es porque la vida...lo he leido varias veces y todavia le encuentro mas.
ReplyDeleteMe aferro al primer arbol al que ofrecia el olor a naranjas porque bajo los naranjales la vida sabe diferente.
Lindas imagenes.
Za: Te echaba de menos. Qué tal fue? A escribir de eso. Un beso grandote.
ReplyDeleteGracias por tu comentario, Fermina. Me ha dejado pensando si el regreso a los naranjales,como a veces se sueña, será tan fresco como en aquellos días :)
ReplyDeleteUn abrazo.
!Muy hermoso Marianne, bien plantado!
ReplyDeleteGracias, Teresa. Un abrazo.
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