Saturday, December 17, 2011

Mediodía eterno.

   Lo esperaba sentada en un parqueo. A alguien se le había ocurrido poner una mesa de picnic y dos bancos para hacer una experiencia diferente los escasos treinta minutos de almuerzo, mas se le antojaba espantoso. La insípidez de los edificios le quitaba la vista a los árboles que plantados en la avenida hubiesen podido dar el efecto de café parisino de Montparnasse. Finalmente, el clima le permitía ponerse medias y peto a cuadros estilo colegial. Esperaba este momento hacía meses. A él le fascinaba su manera de vestir y miles de veces imaginó las palabras que le diría al verla en prendas otoñales. La vestimenta le otorgaba un aire juvenil que iba con las mariposas en el estómago. La conocía bien. Sabía que en ese momento le sudaban las manos, hablaba alto y reía sin parar. Tras varios meses, aún sentían la inocencia y frescura de los primeros días. El juego les devolvía la virginidad que parecía habitar sólo los comienzos.  Cerraban los ojos y dejaban que el instinto les dijese qué hacer con las bocas, con las manos. Dejaban que la música de fondo guiara sus cuerpos.
  Esperó cerca de media hora. Esa semana no había sido buena. No sabía si eran los efectos del síndrome premenstrual. A veces se llamaba a la cordura y se reprochaba actuar como una niña consentida y comprendía su agenda llena de compromisos que detestaba porque le restaban la atención que le pedía. Pero en estos días no quería ser razonable. Quería tenerlo, abrazarlo. Pensaba que se merecía ese momento de paz que sólo él le arrancaba del cuerpo cuando tras dejarla sin aliento le contaba su vida recreando lo ínfimo o excelso. Le mandó una foto de sus piernas. Esperó una respuesta que tardó en llegar dos largos minutos. Venía con toda la carga emocional que ella esperaba. De algún modo siempre encontraba la palabra precisa para abrirle la puerta. Escuchaba la copia del disco con piezas clásicas que le había hecho. Hacía una semana conducía de regreso a casa cuando tuvo una experiencia casi mística adornada por violines que sutilmente revelaron su erotismo. En un momento detuvo su coche y lo llamó para aunque sea, a través del teléfono, compartir ese delirio que le quemaba por dentro. Ensimismada recordando, no le sintió llegar. Le dió un beso sin pretensión, mecánico.Besar en público no era su fuerte. A mitad del camino paró a enviar un proyecto, al menos fue frente al mar. Le quedó toda la vista para ella sola. Necesitaba esa complicidad silenciosa que la natura le regalaba a su ingenio.

Al llegar, dibujó círculos con el incienso. Creía que los círculos representaban vínculos indisolubles. Sin punto de partida o final, los círculos reafirmaban la sentencia del cantautor" El amor nunca muere, sólo cambia de lugar". Y ese era su lugar, su momento. "En el momento del ascenso, nos sostendrán"- le dijo. La calló con un beso que duró una eternidad. Su boca era de hombre joven, sin vicios, aún cuando sus canas contradijesen el sabor. Sintiendo el calor de los cuerpos se trazaron mapas en sus dermis.Los cambios de tonalidad le daban un aire de actividad humana a toda esa cartografía.El parecía deleitarse. A diferencia de los últimos encuentros, la saboreaba sin límites. Con ese andar de sus dedos como queriendo explorar su geografía en toda su gama de accidentes besó sus pezones, se echó con todo su peso sobre sus caderas y sintió su respiración elevarle a un punto distante de la tierra. Le besó el vientre que como un valle sorprendido por el viento acogía sus caricias inquieto. Se supo incapaz de contener el flujo. Comenzaba el recorrido de afluentes que confluían en una zona que desbordaba el caudal de sus deseos.  Lo tendió sobre su espalda con fuerzas que jamás creyó imaginar suyas y le pidió que rasgara el maldito himen de la ausencia una vez más.  La sacudida fue violenta. Se arrancaron la piel dejando el alma flotar entre unas circunferencias que se ensanchaban para dar cabida a cuanta mujer y cuanto hombre había amado desde el inicio de los tiempos  Ella se creía sola, así de fácil convergían sus físicos. Perdida en la intensidad de movimientos casi telúricos alcanzaba la plenitud cuando una explosión que parecía salir de los confines de la tierra le dijo que no lo estaba. Abrió los ojos y alcanzó a archivar la expresión de su  rostro en la iconografía del amor carnal. Mirándose en reposo sintieron el eterno retorno. Volvían a saberse el uno-para-siempre de Parménides.   
  Lo bañó y secó con ternura. Aplacada la lujuria, actuaba embelesada por un amor con matiz proteccionista. Lo llamó frente al espejo. Sus interiores eran blancos y sus bragas eran negras. Corrió a buscar su cámara y retrató los torsos de frente y el contraste de los pedazos de tela que cubrían sus genitales. Lo dejó vistiéndose y fue a ponerse maquillaje. Con el rabillo del ojo violaba su momento de privacidad. Se sentaba como un niño y disfrutaba su rutina de sacudirse bien los pies antes de ponerse calcetines. Al darse la vuelta lo encontró de rodillas por el suelo. Con cara de triunfo se incorporó blandiendo el arete que había salido despedido en algún momento. La ayudó a ponérselo y  se sentó a verla vestirse.  Le gustaba revisar  su cuerpo a medida que ella incorporaba prendas de ropa. Elegantemente pasaba de la desnudez a los tejidos que la engalanaban para las calles de la ciudad.

 Pasaron a comer por el establecimiento de siempre. Volvían porque era su refugio, pequeño, privado. Volvían por si se les antojaba besarse en la mesa que apartaban para ellos  y porque aún creían poder sobornar a la dueña para que les diera la receta del pescado que tanto disfrutaban. También, porque en esa mesa recordaban aquella tarde que se conocieron y ella le pidió que le dibujase un conejo blanco con leontina. Lo había dejado solo unos minutos para pedirse un té y al regresar encontró unas líneas delicadas y firmes en una servilleta esbozando lo que sería el principio de su gran aventura.

Friday, December 9, 2011

Implicados.

     El reloj en la pared de la estación no marcaba las ocho de la mañana cuando llegó. Un manojo de gente se apiñaban en el patio de donde salían los autobuses. Adentro, los viajeros comían algo antes de salir. Se hizo de un café con leche y porras porque la tensión matutina y el miedo a la tardanza ya habían pasado y se sentó a leer su libro hasta que anunciaran la salida. Escogió la mesa más apartada evadiendo miradas y comentarios superficiales que lanza un viajero a un posible compañero de trayecto. En un descanso, alzó la vista y lo vió. Sus ojos absortos en la página de un libro eran la señal que esperaba. Le comieron las ganas por saber que leía y en su mente asomó una breve semblanza del hombre al otro lado del bullicio e inmune al mismo.  Repasó sus últimos amoríos. Todos habían entrado a su mundo con el regalo de un libro. Ese había sido su recurso infalible.
      El altoparlante interrumpió la madeja de recuerdos que la habían poseído y no eran sino uno de sus tantos viajes a un pasado distante, hermoso y triste, renegado a vivir en los vericuetos del pensamiento. Esperó que el resto de los pasajeros se trasladaran al patio y terminó su desayuno en calma. Saliendo al patio arrancó un par de flores silvestres y adornó los lóbulos de sus orejas que iban libres apuntando un olvido ocasional.  Con desgano se acercó al final de la línea. Al abordar, un breve repaso con la vista la condenó a un asiento ocupado por un libro. Esperó por un par de segundos dudando si ponerlo encima de la mochila en el sitio contiguo.  "Ya lo desocupo"-le dijo. Con una sonrisa tímida, el lector se hizo paso y sostuvo el libro entre sus manos. La contracubierta habló por sí misma y sintió que empezaba un viaje sin retorno.
    Emprendida la marcha abrieron sus libros. Una hojeada mutua confirmó las sospechas. Resaltaban frases en las páginas para ser retomadas en lecturas futuras. Seis horas hasta el destino fueron suficientes. En aquel autobús lleno de gente con acento castizo, el mundo parecía reducirse a dos extranjeros que leían a un argentino y retomaban su prosa. Hablaban el mismo idioma. En el parador le perdió de vista. Al subir al coche, encontró dos minúsculas flores en su asiento. " Las otras se ven marchitas y estos no son tiempos de muertos"- le espetó. Se sacó los despojos del cuerpo, no sin antes colocarle un pedazo de vida en sus manos. Sintió sus yemas rozar su cuello. Con sutileza, la savia nueva penetró en su piel. Atrás quedaba un paisaje árido. Pasando un túnel, los recibieron unas montañas verdes revelando la suspensión del pasado.  En estado puro, su cabeza fue a parar a su hombro y hablaron de su primer hijo.

Monday, December 5, 2011

De cumpleaños.

Pequeña niña en mi cama a las cuatro de la mañana recordándome mi cumpleaños. Que no, que faltan cuatro horas para mi nacimiento, ven que te acurruco- le digo. Ha comenzado como un día normal, salvo que este hombre me despierta gritando "Flaca" porque me he tirado de la cama a colar un café aún medio dormida y no he respondido a sus " buenos amores, mi día". Alisto a mi menina y como de costumbre salimos tarde. Hoy tengo una buena excusa para haberme quedado un rato jugando con ella y haber reído recordando el nombre tan tonto que se me ocurrió para el conejo. Reímos con carcajadas estruendosas que la gente no puede imaginar que salgan de cuerpos tan diminutos. La dejo en el cole y me despide con  otro saludo, esta vez en una mezcla de voces anglosajonas  y castellanas  " Happy Birthday, Mamá". La veo caminar alejándose y me dan ganas de llevármela y pasar el día juntas en esas jornadas de "girls" que ella y yo nos montamos. Pero nada,  me vence la cordura porque han planificado una revisión para todo lo que tiene que ver con mi trabajo y de todos los días del año se les ha ocurrido hacerla hoy.
Mi móvil no ha parado en todo el día. Facebook se encarga de recordarles a los más y menos allegados que es mi día y comienzan a llover los mensajes, tarjetitas, canciones que te dedican. También, los que no están en las redes sociales. Me llegan mensajes de todas partes del mundo donde están dispersos mis amigos, hasta desde China me han escrito.  Agradezco a la tecnología por esos viajes transatlánticos del espíritu.  Mi mejor amigo ha hecho un montaje fabuloso de fotos mías y de mi menina y les ha puesto de fondo una de mis canciones favoritas. Me invaden las ganas de darle un abrazo entre libros como en nuestro último encuentro en aquel portal devenido en librería frente al Carmelo. Aún me falta hablar con mis padres. Iba conduciendo y recordé mi primer cumpleaños aquí sin ellos. Soy llorona y los ojos se me empañan pensando en cada uno de mis días al lado de ellos. Cada año jugábamos a la mal fingida sorpresa. Mi madre sabía que husmeaba y escondía mis regalos en los lugares menos pensados. Casi siempre, un mes antes encontraba mi regalo, lo envolvía rápido en la bolsa para no recordar muchos detalles y así sorprenderme cuando me lo dieran. Soy ansiosa, no sé esperar por las cosas. Denme un libro y leeré el último párrafo antes de abrir la primera página. También he recordado a mi padre en mi cumpleaños veinticinco cantándome" Las Mañanitas" más alto que los del trío. ¡Es hermoso ese hombre! Dice mi madre que el día que yo nací, mi padre perdió el sentido. Y recordando la gran sabiduría de mi madre recuerdo que ya he caído en esos años que ella define como la mejor etapa de la mujer. Escuché eso desde los veinte pero hasta hace poco no he entendido el verdadero sentido de tal afirmación. Algunas de mis amigas se rindieron al pánico con la llegada de los treinta. En una sociedad en donde constantemente se exalta el culto a la eterna juventud a cualquier costo, cumplir años puede resultar atronador. He llegado y he vivido. Mi vida ha estado colmada de momentos de gran felicidad y de lastimosas decepciones. Cada vivencia ha dejado una cicatriz en mi piel y una gran enseñanza.
He llegado tarde a casa. Como cada día me siento con mi hija a revisar sus cuadernos. Baila para mí. Para mañana queda mi rutina de ejercicios, hoy no hay tiempo sino para amar. He preparado un pescado mezclando especias y azúcar morena. Tendré que recordar las porciones. Quedó estupendo. Con la niña en cama es la hora de los adultos que celebran la vida cada día. Nada de hacer planes. Viene tal como es, con el toque de autenticidad que nos hace universales y únicos. Un poco de inteligencia emocional me basta para mi día. Y me voy a la cama con la sonrisa de estos años que me han traído la armonía sin par de ser mujer y madre.

Friday, November 25, 2011

Sangria para refrescar.

La miel y la canela son indispensables en mi dieta, especialmente las gotitas de miel a diario desbordándose en la tostada que no la deja muy crujiente pero me hace empezar el dia suavecita al paladar. La canela se incluye en muchos de los postres, pero al no comer mucho dulce la uso mayormente para preparar mi sangría. De esas si preparo bastante. Este lugar no conoce de frío salvo veinte días al año así que esta es una receta que se presta muchísimo para cualquier ocasión. Yo soy de la vieja escuela. Ya he dicho que la cocina es como mi santuario y considero un crimen de lesa humanidad tomar una sangría industrial de esas que venden en el mercado. Mi abuela se levantaría de su reposo eterno y vendría a preparar las dos jarras que hacía para cada una de nuestras reuniones familiares. Con ella aprendí y aunque he cambiado algunas cosillas de su receta, me mantengo fiel a la tradición y preparo la sangría partiendo de cero. Claramente veo a mi abuela, cortando la naranja, los pedazos de manzana, dejando macerar la fruta en el vino y sirviendo en las copas su divina mezcla propia de los dioses caseros. En la isla quedó la jarra de cristal azul. Era una jarra generosa que parecía no dejar de vertir la bebida. Hace unos años me convencí de que no encontraría una como esa y compré en una tienda de artesanía española una de Talavera. La jarra es bastante mona y ha servido sangría en todas las comidas que preparo en casa para mis amigos. En mi receta he sustituido el azúcar por almíbar con una ramita de canela. Ahí les va.

Lo primero es la compra. He dicho que el éxito de un platillo o una bebida no radica en la preparación sino en la selección de los ingredientes. Disfrute ese momento. Si le es posible vaya a un mercado de agricultores de los que tienen en la ciudad. El de Pinecrest y Coconut Grove son famosos. No se trata de andar con remilgos. Como dije anteriormente el disfrute al paladar está en consentir a sus invitados y a usted mismo que estará manipulando los ingredientes. Camine, escoja la fruta, sostengala en sus manos y sienta el aroma fresco. Pase por un vino que no sea muy caro. Usted no va a degustar el vino. El bouquet y el cuerpo no son importantes porque el vino aporta el color. Aunque algunas recetas sugieren vino rosado,  a mi personalmente no me gusta. Si le va a poner, que sea rojo tinto y que le coloree las mejillas a los invitados. Siéntase de una vez Baco e inspire el éxtasis.
 
De regreso a casa prepare el almíbar. Será ligero y para el mismo usará una taza de agua y una de azúcar( a mi me gusta morena). Añada una ramita de canela. Si comienza a bailar en la cocina cuando la canela desprende su fragancia, es perfectamente normal. Tampoco se sorprenda si su cocina adquiere un tono de años cincuenta y comienza a cantar " It had to be you" a lo Billie Holiday. Al menos eso me ocurre a mi con el olor de la canela. Deje enfriar el almíbar y corte la fruta en trozos pequeños. Puede usar una manzana, un melocotón, una pera y definitivamente le pondrá dos naranjas y un limón en rodajas. Exprima la naranja y el limón dejando el jugo correr por sus dedos.  Si el invitado es uno solo( como tantas veces me ocurre a mi) y quiere estar radiante, póngase en el rostro una mascarilla de miel y dos cucharadas de zumo de naranja por unos minutos y luego enjuague con agua fresca.  Con la fruta cortada en pedazos ya puede ponerla a macerar. Déjela en el vino de cuatro a seis horas a temperatura ambiente para que extraiga todas sus partes solubles. Asegúrese que le acompañen el almíbar y una copa de Cointreau. Una vez empapada la fruta, vierta  una botella helada de una bebida de limón espumosa en la jarra y estará lista para beber.
Si sus invitados intercambian miradas de esas que parecían perdidas, ya sabe que ha hecho algo grande. Si está sola y el hombre parece perder los estribos es que la bebida ha resultado tan refrescante como se esperaba y necesita un poco de calor corporal. Acoja a ese pobre desamparado y deje que disfrute la miel y la canela.

Día nublado de sol.

  Amaneció lloviendo. Mal augurio. Comenzaba a invadirme esa tristeza que desfigura mi rostro y cambia el verde aceituna de mis ojos por tonos agrisados. La lluvia de ciudad  es un capricho ridículo de la naturaleza. Moja las fachadas y barre las calles camino a las cloacas. No hay ciclo renovador. La ciudad no ha aprendido a sonreirle a la lluvia.Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para sentir el olor fresco que desprende la tierra. Mis pies huyen del asfalto buscando un espacio de yerba mojada de donde beber la energía de la tierra. La lluvia se hizo para el campo.Unas pocas gotas y la tierra se abre como mujer destilando olor a sexo lozano y maduro. Corrí al armario por mis botas de agua, pero desistí. Cambié la indumentaria por aquella clásica que te place más. Salí a buscarte. Tenía que verte y tratar de cambiar el curso del día. Me conozco lo suficiente. Sé reconocer esos momentos en los que mi alma no entiende de fragilidad anímica.

Hice una de mis súbitas apariciones. Si te anuncio que voy a verte a la oficina te asalta la responsabilidad. Mejor dejar que mis ojos te hablen. Entré en silencio, el ademán de llevar mi dedo a la boca pidiendo discreción sentenció cualquier expresión de protesta. Dejé caer mis bragas hasta los tobillos y subí la falda hasta dejar al descubierto mi pelvis. La pared fue soporte de mi peso y subiendo y bajando mis muslos dejaron entrever el movimiento creciente que dibujaba círculos en el extremo superior de mi vulva. Tu mano bajó a tu bragueta y esa fue la señal para que mi cuerpo se doblara en dos aferrando mis nalgas a la pared como último asidero. Me arrastré hasta tu silla y la punta de mi lengua circundó tu glande. Comencé a devorarte y tu lubricación mojó mis labios. Crecías en mi boca, tu temperatura aumentaba y tus contracciones anunciaron la lluvia caliente de tu simiente en mi garganta.
 "¿Me llevas a pasear?"-te pedí. Consentiste en "sólo un ratito". Afuera llovía. Las gotas mojaban la ropa y no llegaban a nuestra piel. Nos fuimos de galería a soñar. Nos perdimos un rato entre cuadros de Lolo Soldevilla y paisajes casi fotográficos de Tomás. Me recordé empezar esa marina que hace rato quiero pintar.   Se nos había despertado el apetito y  no encontramos ni un sitio abierto para almorzar. Los mozos aún tendían los manteles sobre las mesas en una ciudad que comenzaba a despertar. Con ciertos antojos del cuerpo saciados y la mundana gula aún por colmar, condujimos hasta el mar. Nos hicimos de un pedazo de concreto para sentarnos a contemplarlo. Imbuida en tus brazos mi cabeza terminó en tu pecho. Tus dedos desandaban mi cabello y nos regalamos la exclusividad de un mar que nos escoge como visionarios. Tus piernas envolvían mis caderas. Cerré los ojos lista para recibir sensaciones puras. No mediaron palabras. La elasticidad del aire llenó tu torso de todos los sonidos del mundo, gritos de placer, gemidos acompasados. Tu respiración dictaba poemas en mi espalda. El viento batió una vez más las ramas y bajo ese árbol que nos cubrió y mucho distaba de la higuera de Bodhi, alcanzamos nuestra iluminación espiritual.

Te costó dejarme marchar. Tu boca asía mi labio inferior restituyendo pedazos de este cuerpo que has hecho tu espacio. Dejé atrás el mar envuelto en una bruma terriblemente hermosa. Mil soles asomaron por mi boca. De regreso a casa canté con Mick a toda voz. Salías de mi garganta como retorno emocional.

Saturday, November 12, 2011

Residencia primaria.

  Nacer en una isla y vivir cerca del mar me envolvió  desde la salida del vientre en una brisa sempiterna que me basta cerrar los ojos para sentir. Mis evocaciones  están permeadas de olor a salitre y colonias de sargazo. Algunas rayan en el extásis.  La abundancia de la luz de los días de verano presuponía algarabía. Me dejaba caer por la calle 30 sin hacer uso de los pedales hasta llegar a la costa. Mis pies eran vírgenes y acogían con ingenuidad el diente de perro que separaba mi pedazo de tierra de la hondura invocadora de las aguas.  Menos recuerdos están rodeados de ese halo de melancolía que a veces me acompañó. Con las entradas de los frentes fríos las olas acariciaban el muro y se bebían la ciudad a gotas reinventando un panorama que transformaba el gris del cielo en un canto de ráfagas. Hubo días que caminé Rampa abajo y llegaba cerca del muro a ver las olas romper y arrancar de cuajo la levedad de los días echándome en cara la osadía de estar vivo. 
     Mi amante a su antojo fue ese mar, como un cazador que se niega a sí mismo saberse cazado. Consistía su artificio en montar una escaramuza que esporádicamente quebraba mi vanidad de conquista. Vestíase de oleaje negándome la entrada cuando mi candor amenazaba su megalomanía. A la profanación de su espacio, me paralizaba con un golpe hosco en el pecho, me acompañaba a la orilla y se exhibía ante mis ojos con toda la grandeza de su furia para luego darme la espalda. Entonces, me volvía yo, lista para regresar a la tierra, seca, cuando un bramido anunciaba su cercanía; con ímpetu me mojaba e impregnaba con su garbo cada centímetro de mi piel.  Frecuentemente me acogía manso, sin tener que probarse nada. Esperaba sereno a que mis ojos lo miraran, entraba por mi olfato y con olores me desnudaba sin que mediaran esencias simuladas.  En ese momento, mis manos lo acariciaban y me entregaba de espaldas. Mi cuerpo nadaba en su acuosidad y mi alma se mantenía a flote.
        Para nuestra última cita se confabuló con el astro y este se dejó degustar olvidando su sacrificio, como una doncella pagana bailando al compás de las  notas de Stravinski en su marcha a la oscuridad. Me regaló un ocaso como tantas veces, pero nuestra reconciliación era dudosa. Hasta de los mejores amantes se despide una cuando el espíritu no da para más. Le llevé flores atadas por un mechón de cabello que me devolvía inútilmente para que me llevase un pedazo de el. A esas alturas el verdemar había teñido mis ojos y cruzó conmigo un océano haciéndome sucumbir en el ponto del desarraigo.
Centurias de sombras conminaron mis pasos. Erraba por proximidades marinas con una luz que caía en mi rostro con diletante embrujo sin aplacar mis ansias de inexistentes crepúsculos de levante. Abiertos los poros a nuevas sensaciones comencé a internarme en el bosque donde las primeras gotas de lluvia desprendían de la tierra un hálito que fue una suerte de refrigerio para el alma. Y con la tierra comenzó el regreso definitivo al mar.
  El hombre venía de la tierra. Sus sentidos sabían de hiedra y aroma a tierra mojada, de mariposas revoloteando en el jardín. De ellas había aprendido el elemental arte de la elusión. Libaba de las corolas en el huerto hasta saciar la sed y alzaba el vuelo. Distinguiendo la afinidad sapiosexual me decanté por el poder de la palabra.  Mis crónicas de un litoral remoto azuzaron su ingenio y escogió una posada junto al mar para el primer encuentro. Volveríamos indefinidamente. Ese primer día selló la permanencia. Inhaló la brisa marina de mi boca al tiempo que se enredaba en el sargazo de mis cabellos. Mis piernas le abrieron paso y llegó al piélago libando mis mieles. Me surcó entera y el verde orgiástico de mis ojos le devolvió su pedazo de tierra. Y así, entre tempestades espasmódicas hallé mi morada: ese vasto hombre que me sumerge.  
    

Friday, October 21, 2011

De Carmen y tauromaquia.

    Por años Carmen me ha cautivado. La fuerza dramática y la pasión que arrancan las notas de Bizet alimentaron mis sueños juveniles de bailarina clásica. La gran polémica era qué me exaltaba más: la interpretación firme y el enfrentamiento de la Plisetskaya o la sensualidad de la Alonso. Una mañana cuando te preparabas para ducharte te mencioné la temporada de ballet de la ciudad y los programas que tenían; a tu cargo quedaba sacar entradas y sorprenderme con el programa. Rápidamente hiciste un recuento de tus flirteos y vacante en el departamento artístico estaba la dama del tutú. Te acompañaba hablándote de ese anhelo albergado por años de acoplar las dos mejores interpretaciones que he visto cuando el sonido del agua cayendo en tu cuerpo y tu erección matutina a través de las puertas de cristal desataron un torbellino de ideas que tomarían cuerpo con el pasar de los días y esa persistencia mía de presentarte la vida en cortos. Saliendo de la ducha tu cuerpo destiló la provocación diciéndome que lo aprendiera. Esa fue una promesa a añadir a la corta lista que he hecho desde que nos conocemos. En realidad no has pedido mucho, no puedo quejarme. Éramos sibaritas dispersos marcados como ganado del mismo corral. Mi única ofrenda  fue la de no permitirme un dolor de cabeza jamás y no fue tanto por devoción a tu culto, sino porque aún cansada o enojada no dejaba de desear tu cuerpo. Hubo noches que te odié y te negué mi boca como expiación de tus pecados pero mi materia te montó  hasta transpirar la ira.
      Fueron meses de entrenamiento riguroso siguiendo una rutina diferente a la habitual. Mi cuerpo, aunque acostumbrado a cierto movimiento había dejado el baile por dos décadas y  terminaba adolorido. Largas horas de estiramiento y elongación  burlaron los lastres físicos. Mi frenesí compensó la corta preparación académica y el dominio de la barra clásica. Además del adiestramiento muscular se impuso el trueque de sandalias de pies abiertos a la libertad por puntas de ballet. Primaron las jornadas frente a la pantalla detallando movimientos, minutos frente al espejo cuidando la posición de los brazos, el giro de la cabeza,  la incitación de mis cejas. Eran  pinceladas de orinismo que me resistía a abandonar.
      Unos días antes de la función comencé a coquetear con el vecino para darle un toque histriónico a la representación. Recuerdo que al principio de mudarse me preguntabas constantemente si me gustaba, imagino que tamaño cuerpo intimidaba un poco tu virilidad. Vigilé sus horas de entrada y salida y  dejaba cosas en el coche con el pretexto de salir a recogerlas. La puerta abierta permitió que vieses las sonrisas que le dediqué en mis constantes incursiones al frente preguntándole cómo tornear las piernas, mostrando mis extremidades en busca de consejillos válidos de un entrenador personal. Te asaltaron los celos que esperaba y supe que sólo falta el aporte de mi sal la noche de la lidia.
       Esa tarde te llamé a la oficina preguntando si terminabas tarde y te pedí una conversación a tu regreso a casa. Tu voz sonó desgastada y lejana mientras me empaquetaban la malla y el foulard rojos. Pasé por claveles frescos y el rubor los tiño de gozo cuando les hablé de tí. Uno fue a parar a mi moño y el resto del ramo al cuarto de baño, lejos de tu vista. Un portazo seco anunció tu llegada, venías con esa cara mal fingida de indiferencia; pero al verme desafiante algo parecido a una mueca traviesa alumbró tu rostro. Ansiosa te esperaba en el ruedo, el taburete prolongaba mis piernas infinitamente y a un guiño tuyo mi espíritu se apoderó del hedonismo de todos los tiempos. Bailé hasta la saciedad olvidando los movimientos, mi cuerpo improvisó los pasos tentando la embestida en la arena. Estoqueaste con bravura manando hombría sin recelos, dancé sobre tu plexo y engalanamos nuestra plaza fecunda con un  pas de deux avezado de eternos entusiastas del amor.

Saturday, October 15, 2011

Volver.

 En cierta medida, esta nueva ciudad donde vivo me sume en un letargo como el de esos días de verano en que habito un colchón drenada por el calor. El gran debate es cómo subsistir fuera de la ficticia burbuja del paternalismo que por años me amamantó. Pasé de ser hija y esposa, a madre y cabeza de familia en una economía de mercado que entró de sorpresa con un cercano cambio de localidad geográfica  bajo un mismo clima y otra estructura social.

Con cada regreso a la isla la conmoción pulula. Para el primer viaje, hice planes minuciosos de charlas hasta bien entrada la noche tratando de cubrir una ausencia de tres años. La realidad fue sorpresiva. Unas horas después de haber pisado tierra entendí cabalmente que ya no podía vivir en aquel Macondo y que ese pedazo de tierra al que pensaba volver después de retirada ya no sería mi hogar. Aunque luchaba internamente por adaptarme a un nuevo régimen de vida, el que me acompañó durante veintiseis años me resultaba radicalmente ajeno y me hizo reconocer el nuevo como permanente. Ese fue el primer encontronazo. ¿Adónde van a parar cinco lustros que armaron mi espíritu?  Mis padres decidieron quedarse en la villa para cuidar a los suyos cansados de llevar sangre migrante en las venas y luego se les hizo muy tarde para volver a empezar. Se resignaron a ver partir a sus hijos quedando el nido vacío. Los amigos dispersos por el mundo, salvo algunos pocos que no pudieron escapar o se acomodaron a ciertas prebendas sórdidas que acallan el ser.

En la isla, el tiempo vive detenido. Despierto a las siete de la mañana a tomar un café y sentarme en el portal a ver pasar las mismas caras. La imposibilidad de compra y venta de casas, sepulta a las personas en domicilios que se han agenciado. Los vecinos te abren la verja de la casa sin invitación previa y te plantan un beso sonoro en las mejillas-"Estás igualita, tú no engordas". No acabo de entender por qué asocian primer mundo con adiposidad. Me preguntan de mi vida y trato de explicarles cómo funciona, intento ilusorio, hay experiencias que no son palpables sino en la piel. Es como las parejas que van a contarle al cura sus problemas matrimoniales. ¿Qué entiende ese señor  de dinámica de pareja, de cuentas compartidas, de frialdad sexual por tensiones múltiples?

Los recuerdos de mi crianza me levantan en vuelo. Leo en mi lengua materna, los días se alargan para que devore un libro tras otro rememorando los años en que nadie me esperaba y la lectura dictaba mi agenda.   La isla me apapacha de la mano de la cocina de mi madre, vuelvo a ser la niña de la casa. Las horas transcurren recostadas en su cama escuchando conciertos de piano. Cada viaje supone un cotejo de fuerza moral. Creo que la distancia la embarga con el temor de la cercanía de su trayecto luctuso y que le queden historias por desentrañar. Animo a mi padre a meternos al cuarto de la terraza para buscar libros y vinilos para traerme a mi nuevo hogar. Me cautivan los estantes depositarios de bienes de abolengo traducidos en páginas amarillas de impresiones baratas y portadas encuadernadas resistiéndose al paso excesivo de los años y el uso desmedido. Mi abuela se refería a esa habitación como el cuarto de la doméstica, reíamos con su arrogancia de provinciana acomodada. En realidad era el cuarto de Nila que venía de lunes a viernes a cocinar y limpiar. Los sábado eran de almuerzos en el 1830 y los domingos se alternaban entre "Las Ruinas" y las mediasnoches que mi abuelo acompañaba con café con leche pasadas las seis y media de la tarde. Mi padre adoptó a Nila como un familiar más y aunque ya no estaba en casa para la época en que comencé a hacer mis recorridos habituales por la cocina, el aroma de sus guisos y la jarana de mi padre llegaron a mi vida con una frescura de cascada. Después de la muerte de mi abuela mi padre convirtió la habitación de Nila en custodio absoluto de su mejor tesoro: los libros.
Los libros estuvieron en mi vida desde que tengo uso de razón. Mis padres hicieron el apartamento de mi madre su morada cuando comprendieron que vivir con mi abuela sería una faena humanamente imposible. Debido a lo reducido del espacio las paredes se llenaron de repisas acopiando libros y hasta en el cuarto de baño teníamos un librero. Recuerdo que aprendiendo a leer en primer grado pasaba más minutos de lo previsto en mi aseo descodificando títulos en los tomos de los libros hasta que el grito de mi madre me llamaba a cenar. En aquella época había un volumen amplio que tenía un matiz misterioso para mis seis años pues no lograba imaginar de qué trataba ese libro que volvía una y otra vez a la mesa de noche de mi padre y que mostraba a grandes letras "La Civili Zación Maya".

Otra rito obligado es mi paseo por la parte "vieja" de la ciudad. Los sábados en la tarde eran "días de ir a la Catedral". Mi madre se perdía entre los artesanos buscando sandalias y bolsos de piel en lo que mi padre nos daba a mi y a mi hermana una visita dirigida a cuanto museo y calle se le pusiera delante. Durante mis útimos dos viajes mi padre se ha resistido a esas caminatas así que me he ido con mi madre que siempre se entusiasma con la idea de comprarle a los vendedores que rodean La Plaza de Armas y recurre a ellos buscando para su nieta libros infantiles con ilustraciones magistrales que son difíciles de conseguir. Me gusta caminar por callejones poco transitados y tomar fotos de gente real sin afeites de promoción turística.

 La villa es seductora. La brisa marina y la luz tropical realzan las edificaciones que caen a pedazos. Las ruinas aún se imponen contando historias de una heterogeneidad a ratos déco, ecléctica o nouveau. Este viaje hice algo inusual, caminé por el Paseo del Prado hasta llegar al mar. La similitud con mi caminata por Las Ramblas el verano anterior fue conmovedora. Recuerdo haber caminado desde el mar adentrándome hacia la ciudad pero en esta ocasión el recorrido a la inversa ofreció un panorama completamente diferente, saliendo de la sombra de los árboles y una urbanización en forma de chaflán por una vía que conduce a la anchura del mar.

La despedida es siempre aciaga. Vuelvo a sentir que privo a mis padres de lo mejor, vuelven sus miradas perdidas, como un acto que queda inconcluso.

Sunday, October 9, 2011

Namaste

      Viniste con lluvia y extenuación pero te sacaste las ropas mojadas y en ese mismo rincón donde cayeron dejaste la inercia. Tu beso incineró mi vestido dejando mis pechos descubiertos y tras la combustión, la cadencia del jadeo fue sólo perceptible con el roce de las dermis. Asumí el papel de la hetaira que te ha acompañado doscientas jornadas de narraciones que calmaban tus apetencias egocéntricas. Recreamos los días de rock and roll bailando en las sombras y la resonancia crónica de mi cuerpo subyugado al compás de tanto jazz taladrándonos hasta la médula, perfecto ejercicio de arrojo de temores para ensamblar las almas. Derrochamos contracciones y sudores segando el aliento y cuando no nos quedaba centímetro sin calar nos tumbamos a contemplarnos los cuerpos, perplejos ante la impotencia de no saber distinguir los confines de tu piel y la mía amoldadas por la misma gama.
     El eco de nuestras voces interiores hizo imperceptible el barullo blando de la ciudad y nos perdimos entre el abigarramiento de concreto buscando residencias secundarias para el consuelo del espíritu, de conjunción primitiva y moderna; y así sin saberlo, nuestros pies nos condujeron al mar, inicio de vida, escenario nuestro. Nos espetamos en la brisa y el salitre desempolvó el primer abrazo desnudo. Supusiste tu entrega mísera para el encuentro, andabas en eso de darte entero y me hablaste sin ambages de ese universo tuyo que esconde tu fachada. Confiaste tus verdades, tus miedos, tus deseos, tus lágrimas de emoción, tu descubrimiento de la futilidad de la vanidad que en ocasiones amenaza la consecución de la gloria.
     Sólo después que te fuiste noté que no te despedí con un abrazo o un beso, que me quedé suspensa segregando y adhiriendo las dádivas de tu existencia.

Tuesday, October 4, 2011

Días de feria.

       Anoche mi hija me pidió permiso para sacar dinero de sus ahorros y le eché la cantaleta sobre lo importante que es "guardar pan para mayo" como dirían los viejos sabios, a lo que contestó diciendo que eran sólo dos dólares. Realmente no toqué más el asunto, estaba corriendo entre la cocina preparando su cena y mis ejercicios. Esta tarde cuando llegué a recogerla en el cole me tendió una bolsa ligera con un peso emocional imponente.
       La bolsa contenía dos marcadores que me compró en la feria del libro. "Mira mamá- me dijo- dos marcadores para los libros de tu mesa de noche". Su carita de orgullo me remontó veinticinco años atrás cuando me le aparecí a mi madre con "El amor en los tiempos del cólera" que se había agotado en algunas librerías e inexplicablemente lo tenían en la feria de la biblioteca central de "Ciudad Libertad" donde estudiaba en aquella época. Volví a ver la cara de mi madre cuando le entregué el libro después de esperarla a que terminara sus clases en la Academia de Bellas Artes. Ese tarde se me hizo eterna. Al salir a las 4:30 caminaba hasta su trabajo y la esperaba hasta las 6 que terminaba su última clase. Aquellos años fueron gloriosos, despuntaban todos los plásticos y escultores que hoy llenan galerías en Miami y el mundo y yo deambulaba entre las clases magistrales de historia del arte, el taller de grabado y la biblioteca atestada de  volúmenes valiosísimos que con mi sonrisa de niña ávida devoraba tras prometer cuidar de ellos.

      Un niño me sacó de mi ensimismamiento preguntándome si sabía a qué hora venían sus padres  por él y caminé hasta el estacionamiento tomando una foto de mi sorpresa. Pero al subir al coche no pude controlar el flujo de una emoción de dos décadas y rompí a llorar con las lágrimas de mi madre. Lágrimas de orgullo por ese pensamiento que nos acompaña en ámbitos de literatura y que nos trae a la madre de la mano de un libro o un marcador.

Saturday, September 24, 2011

De amor platónico y cópula.

     Era viernes y los viernes son diferentes. El viernes es mi carta de triunfo, funcionan mis juegos, me sigues la rima y logro sacarte el letargo burocrático de la semana, vuelves a ser mi adolescente. El sexo es un juego, no hay que tomárselo con tanta seriedad. Juegas con la niña encerrada en un cuerpo de treinta años, desato mi entusiasmo y te contagio con la pandemia de complacencia física.
      Ese viernes comenzó platónico, nos encontramos a la entrada del teatro. Al verme sonreíste como si te volviese el alma al cuerpo, aún no te acostumbras a mi impuntualidad. Me tomaste de la mano y me arrastraste con el flujo de espectadores que socializaban en el vestíbulo hasta el último momento. Nos cobijaron dos asientos en el cuarto piso que poco nos dejaban visualizar, pero la música nos rodeaba. Las arias salvaron la inconveniencia de  la localidad  de nuestros boletos y Dalila se olvidó por unos minutos de seducir a Sansón e hizo el embrujo nuestro. Entrelazamos nuestras manos sirviéndonos de lazarillos para  adentrarnos al edén y vertimos las lágrimas de Sansón. Mi maquillaje terminó arruinado y nuestro espíritu salió redondo.
     En el camino a casa se nos desató un hambre descomunal y pasamos a comer algo por ese sitio criollo al que nunca vamos pero donde sirven comida hasta tarde. Nos sentamos en una mesa al final escondiéndonos del mundo para tomarnos nuevamente las manos mientras te susurraba al oído "Mon cœur s'ouvre à ta voix" y en eso nos sorprendió el camarero que escudriñó nuestras ropas que no iban a tono con el local. El ignoró nuestras miradas, pero la pareja de la otra mesa se dió cuenta y nos regaló un gesto como un código secreto. Devoramos la comida comida con una avidez de mil demonios, en vano tratando de  aplacar la insaciabilidad corporal que nos roía por dentro.
 Conducías a casa y mi mano apartaba mi vestido surcando mis ingles. Era un festín en solitario, no te dejaba acercarte, te miraba y guíaba tus ojos al sur de mi cuerpo. El deseo nos condujo a casa porque a esa hora sólo seguíamos la ruta de la sensualidad. No nos dimos tiempo, apartaste mis bragas con dos dedos y me ensartaste ocultándonos los rostros sin caricias. El inicio fue un dolor que superó la barrera, te abrías paso sin importarte mi concenso, el convite era tuyo  y dispusiste de mi cuerpo a tu antojo expurgando zozobras, arrastrándome en el remolino de tu apetito, sacando tu nombre de mi garganta en una expulsión de savia que maceraba nuestros sexos.
    La noche del viernes terminó como había empezado, pediste irte a dormir con mis ojos y despertar con mi sonrisa. Me pegaste a tu piel y en ese abrazo nos hicimos un amor en silencio, reinventando las  palabras con el mutismo como una condición de respeto.

Thursday, September 15, 2011

Receta para enfermos del alma.

De lo relativo a los humanos, el alma, es la primera víctima de los  forcejeos emocionales. Nada más común que ver ojos que fueron brillantes perder la luz al sentir que el alma está abatida.
De todos los adobos y especias, el amor, es el mejor para preparar comida para enfermos del alma. El amor, a diferencia de la albahaca, el cilantro y la canela, tiene la propiedad de dar aroma, sabor y textura a los platos más sencillos sin ocultar los sabores únicos de los alimentos. Cuanto más amor ponemos más realce se logra. Pero eso sí, tiene que ser natural. Las recetas hechas con amor sintético o deshidratado envilecen los alimentos.
El amor como las flores arranca una sonrisa a enfermos del alma.

                      Sopita de pollo modificada.

Lo más importante de esta sopa es la selección de la presa, esta debe ser fresca. Pollo viejo es un  oxímoron, algo así como inteligencia militar o conservador apasionado. Para este plato se deben seleccionar partes frescas del ave. Tiempo atrás cuando mi abuela enamoró a mi abuelo con sus platillos uno iba a la carnicería del barrio y pedía ver el pollo. Hoy día, los pollos están identificados con nombre y apellidos. Cada pollo tiene su fecha de nacimiento, defunción y le agregan una muestra de ADN para que uno sepa algo de su historia familiar. Se compran las piezas o el ave completa. Evite adquirir el pollo en el supermercado, esos han estado expuestos a un frío abrasador de almas. Para esta sopita no compre pollo deshuesado o sin piel. Usted mismo puede quitarle el cuero y el hueso siguiendo las sencillas instrucciones de cualquier manual de anatomía avícola.
Vamos al grano....... Necesitará:
Patatas, zanahorias, calabaza, letricas, fideos, cebolla, una hoja de laurel, comino, orégano, perejil, albahaca, preferiblemente el pollo con hueso y amor puro.
Cocinemos
Antes de empezar limpie bien el pollo, cuéntele de sus compañeros de olla y acaricielo hasta que se le ponga la piel de gallina.
Coloque un litro de agua en una olla y ponga la temperatura al máximo. Si usa fuego libre(hoguera o fogata),dele viento a esas llamas!
Agregue una cucharada grande de sal al agua hirviendo, la cebolla, la hoja de laurel y demás condimentos.
Introduzca el pollo en la olla lentamente, deje que el agua y los condimentos lleguen hasta sus huesos.
Cuando empiece a ver actividad en el agua(ebullición), revuelva lenta y consistentemente. Use una cuchara larga de madera. La textura armónica de la madera ayudará a darle carácter a la sopita.
Baje la temperatura y añada las patatas, calabaza, zanahorias y letricas. Dibuje versos en la superficie. Para el que use fuego libre, póngale vino a esas llamas y tape la olla.
Cuando crea que el pollo ha esparcido su esencia por toda la olla, saque el caldero del fuego y espere a que decante.
Sirva en plato grande.

La vanidad es otro condimento esencial en el recetario para los enfermos del alma. Los encargados de alimentar han usado siempre esta especie. Pero al igual que el azúcar, su exceso, empalaga, produce náuseas.Un aspecto relacionado con este es el éxtasis alimenticio. El cocinero debe entender que el comensal tiene plena confianza en él, baja su defensa y se entrega. He ahí la razón por la cual se debe dosificar la vanidad, es más, debe combinarse con la humildad en una proporción de 1 a 1267. La vanidad desencadena una reacción física en los enfermos del alma. Si es positiva y prudente, resulta ser afrodisíaca, de lo contrario puede terminar con la persona enferma matándola de hambre.

Si el comensal cierra sus ojos y empieza a gemir mientras saborea lo que le hemos presentado y sus labios se ensanchan como buscando besar y luego con mirada penetrante busca respuestas en el cocinero, usted ha desencadenado un orgasmo culinario. Si este fue sincero, bésese las manos. Es usted un mago!

Sunday, September 11, 2011

Sin senos no hay paraíso.

Conozco una mujer que dice que su terapia antidepresiva es irse de compras. Va y compra compulsivamente, tampoco que haga falta estar deprimida porque el sistema  ayuda. Siempre hay algo que comprar porque siempre tienen ventas. Recuerdo que al día siguiente de regresar de mi último viaje a la isla ya estaba revisando los folletos de los comercios para ver que tenían “en venta” e irme de compras para llenar la despensa y quizás quitarme esa sensación que te embarga allá, pues aún con dinero no tienes acceso a  lo que necesitas o lo que quieres; pero ya sabemos que la escasez es un mecanismo para mantener a la gente entretenida. Volviendo a mi conocida, le gusta deprimirse porque así tiene  pretextos para comprar sin sentido de culpa, una forma de llenarse de cosas que temporalmente llenan un hueco que nada tiene que ver con poseer pero que desconoce cómo colmar.
Anoche, sin ventas o algo que se le parezca me fui a Victoria’s a buscarme unos sostenedores de algodón. Nada de satín o encaje, nada elaborado, iba por la comodidad del algodón que me ayuda a pasar estos veranos casi eternos de la ciudad sin que sude a mares. Y allí entre diseños de flores primaverales y colores enteros que son los que me dominan finalmente se me acercó una señora cuarentona y  mirando deliberadamente mis senos y  mi elección, me dijo que los ”push ups” eran buenos, que su hija los usaba todo el tiempo hasta que se decidió a operarse. Bendita decisión,según ella , porque la pobre muchacha sufría un complejo que la perseguía en forma de maldición y a la que ya unas cuantas han sucumbido llevándolas al quirófano para agregar silicona a sus pechos ; y que ahora estaba tan feliz, que era otra persona. Al parecer la chica se tomó muy en serio el mensaje distorsionado que ha envíado la sociedad últimamente donde el culto a la belleza  física y alcanzarla a través de la cirugía soluciona todos nuestros males.
Se despidió la  señora no sin antes mostrarme un juego de brassier y bragas que le compró a la hija y sugerirme que si alguna vez tenía la posibilidad me pusiese implantes. "Si ves la de pretendientes que tiene mi hija ahora ”, me dijo. Olvidé preguntarle si la hija antes de operarse los senos no querría implantarse algo de materia gris en el cerebro. Como dice un amigo, " Sin senos no hay paraíso? Menos mal que se inventó el GPS, si no acabarían todas en el infierno". También olvidé comentarle que seduzco a mi hombre sin paño que me cubra, que sólo me gusta ataviar mi cuerpo con un par  de stilettos.

Saturday, September 3, 2011

Tarde lluviosa.

Tras un enojoso lapso llegó el día tantas veces soñado. Sabía que al final vendría a su antojo y no como los caprichos de la mente se atrevían a esbozar. La noche anterior decidió ponerle dígitos a una ausencia inaguantablemente extensa y le sorprendió  que unas docenas de días no hubiesen hecho mella en la mezcla de voluntad y entendimiento  que definían su amor. Cuidó con recelo cada detalle imprescindible. Desmochó todo vestigio capilar y sobornó su piel con un baño de miel y canela. Era este, un artificio burlón de vanidad pues sabía que llegado el momento su piel lloraría melaza ante la proximidad de su aliento. Combinó la falda marrón con camisa de lino y calzado de tacón. El cabello libre, una esencia floral y la falta de accesorios completaron su elección.  Puso en un sobre el libro de poesía que había hecho las tardes de tantos amantes y mostraba en sus páginas años de humanas convocatorias al amor.  

Cuando llegó la tarde corrió a verle desafiando la brevedad, el tráfico y el temporal que se avecinaba. Qué importaban las nubes si la luminosidad invadía su dermis? En el elevador se deshizo de unas bragas que poco servían porque al saberle cerca no daban abasto para  acopiar el incontinente flujo de feromonas soliviantadas por el eco de una voz que le daba el único calificativo de “mujer”. Al abrirse la puerta, le esperaba con la mano tendida y la agarró a tiempo evitando que su cabeza diese con el techo en un ascenso que más que un duelo con la ley física de la gravitación presagiaba un viaje al centro de la tierra.

A duras penas cerraron la puerta y se fundieron en un abrazo entero que duró una eternidad. La aferraba a su cuerpo calándola hasta los tuétanos. Se buscaron las bocas extirpando el cáncer del distanciamiento y allí entre papeles burocráticos que no rimaban con la irracionalidad de sus huesos se amaron porque no había algo tan alentador como confinar a la nada el pasado inapetente de sus carnes sometidas al infortunio de la desesperanza. Afuera, la tarde vertía en las calles el anhelo de felicidad del cielo en forma de gotas de agua.

Saturday, August 27, 2011

Estío y siega.

  Anoche el viento dispersó las hojas de la mata de mango por todo el patio. Las hojas son una alegoría de esos pedazos de mí que fui dejando por el mundo y no me interesa volver a juntar. Me he metido tanto a esta nueva piel que dejé tirada la que por tantos años me acompañó, una piel que fue flexible y dejó espacio a mundanales compañías hasta tu llegada, una piel que ya no te presagia y menos me ciñe.
 Esta mañana la luz se filtraba entre las ramas como esos cuadros de La Anunciación de los maestros renacentistas, esos reflejos tenues alimentaron mi desidia y volví a dejar las hojas ralas a un viento entonces  inexistente. La calma me hizo sacar el torno y sentarme a moldear mis vasijas. Las acumulo por tamaños en una habitación, algunas chatas, otras narigudas, depende de como cortes los girasoles. Hay días que los traes con poco talle, los dejo flotar apocados en una de esas vasijas romas y luego los meto a la bañera conmigo, flotan en el agua y se enredan en mis cabellos, me cubren la piel y cuando entras crees que el sol se metió al cuarto de baño y  vienes a mojarte con sus rayos. Otros, apenas caben en tus manos, los cortas a la medida de mi torso. Antes de ponerlos en agua me pides que me saque la ropa y los mides directamente en mi cuerpo. Me embriagas de polen comprobando la perfección de tu corte
Sé que estás despierto pero no quiero buscarte. Desconozco si vendrás y hoy no es día para albergar ilusiones. Finjo que no existes esperando que vuelvas a aparecer en mi taller e invadas mi privacidad mientras pongo las vasijas al horno. Llevo poca ropa porque el vaho del verano es sofocante, al despertarme golpeó mi cara y me dejó sin fuerzas, igual quemaba la expectativa. La puerta se abre al día y distingo tu silueta. No sé si cortaste las flores o me traes esas silvestres que también me gustan, poco importa a esta hora. Tus manos no pueden sentir la proximidad de mi cuerpo porque pierden el sentido, pareciese que tienes mucho por abarcar y mi fragilidad acalla tu impaciencia. Me subes al torno y ensayas tus dotes de alfarero para volver a acuñar tu permanencia. Broto al moldeado de tu horma mientras mi vasija se cuece en el horno para terminar en la habitación repleta de flores secas.

Friday, August 19, 2011

Muy natural.

Hace años dejé de comprar cremas antiarrugas, me cansé del engaño de los cosméticos elaborados en laboratorios.  El impulso por conservar la piel de manzana me llevó a un torvo derroche de dinero comprando productos con retinol y cuanto astringente milagroso salía al mercado hasta que deduje que por alguna razón las muestras funcionaban y las dosis que estaban a la venta se resistían a combatir mis líneas de expresión.
Me encontré una señora con una piel increíble en una consulta del doctor y al ver que no estaba estirada hasta el punto de parecer una momia le pregunté y me dijo que solo se ponía aceite de oliva en la cara. Como me gusta tanto el enfoque natural añadí el aceite de oliva a mi larga lista de pepinos en los ojos, patatas ralladas en el cutis, miel, perejil en bolsitas de lienzo y demás productos que abundan en ese universo acogedor que es mi cocina.  Por un tiempo estuve cocinando y aplicándome aceite en la cara, el cuello y los pechos. Acostumbré a mi hombre a encontrarme resbaladiza y domamos la naturaleza escurridiza de mi carne.
 Pero el descubrimiento de hace unos meses me tiene turulata. Resulta que la Cleo usaba un método algo extravagante pero efectivo para preservar su juventud y belleza y tenía un esclavo dedicado exclusivamente a la tarea de suministrarle semen para mascarillas faciales.  Las propiedades rehabilitadoras y antioxidantes de las proteínas y nutrientes del semen hidratan y hacen prácticamente  imperceptibles las finas arrugas.

En la última reunión social, al tiempo que los hombres fumaban sus puros, las mujeres empezamos a hablar de esas cosas triviales y profundas que hablamos nosotras: los hijos y el trabajo, los chismes del barrio, los zapatos de fulanita, el sujetador más cómodo.... en fin. Y empecé a hablar yo con esa inspiración tan mía y cuando me preguntaron cómo me mantenía tan fresquita y lozana declaré públicamente la última fórmula no patentada para la piel. Todas se rieron en mi cara y  me llamaron de todo; menos mal que me controlé y no conté la ceremonia de las noches de luna creciente de los últimos meses. 

He sumado otra extravagancia, porque ahora me ha dado por vestirme de faraona y salir a ver la luna en las noches que, como una mujer, se muestra entera. Con ese atuendo espero a mi esclavo personal para pedirle que le aúlle, ordeñarle el cerebro y recibir el riego de su simiente en mi rostro y en mis pechos. Es el suyo un aporte entrañablemente generoso teniendo en cuenta que mi corte dispone tan sólo de él.

Thursday, August 4, 2011

Trinidad.

No soy versada en temas teológicos, de hecho no practico. Si lo necesito voy a una iglesia católica, rezo  por los míos y me arroba la unión mística que establezco en silencio. La liturgia no dicta mi paz aún cuando experimente alegría en ese momento que todos se dan la Paz del Señor. Mi culto me anega en lágrimas de misericordia por mí misma, por los que están lejos y de una u otra forma he perdido con la distancia, por este hombre que me pide que rece por él. Esa iglesia es una casa transitoria para encuentros con mi virgen, darle las gracias y encargarle amparo.
Comencé a orar como a los doce años sin la más remota idea de lo que hacía. Por aquellos años me invadió el pánico a la muerte y las tardes de domingo me eran fatales con  dos palabras rondando mi cabeza:  "NUNCA MAS". De esta suerte me inventé mis oraciones en una búsqueda de alivio a la congoja de verme sin poder salir de una tumba. Creo que mis actos al encomendarme eran una conjunción universal porque en aquella época no me había bautizado ni pisado una iglesia. Mis nociones de  catequesis eran nulas, nací cuando ya el miedo estaba insertado y era ínfimo el número de cubanos que practicaba su fe abiertamente. Entre un padre agnóstico y una madre que estudiaba en la universidad, criaba cuatro hijos y dedicaba su tiempo a las artes, ir a la iglesia no era el ideal familiar de planes de fin de semana. Me hice bautizar a los dieciocho años por decisión propia y en una iglesia ortodoxa por rebeldía. No me pedían pasar un año asistiendo a clases de catecismo. Así que aunque el espíritu estaba ya en mí decidí que fuese oficial con un patriarca vertiendo agua sobre mi cabeza.

Mi contemplación divina no puede enmarcarse en cuadros estrechos acordados por hombres que han hecho su propia interpretación. Los monoteístas cerraron su círculo divino proscribiendo la magia, el animismo y los seres supremos y ahí empezó uno de los tantos males que nos corroen. Puedo celebrar el Primer Seder con mis amigos judíos y compartir la misma exaltación al cantar el Hava Nagila que dándole la paz a los que comparten mi banca dominical, en un ritual celta de solsticio de verano o cuando mis caderas pierden la medida en un tambor a Oshún. Hay algo en mí muy pagano.

 Mi hija fue bautizada y tiene su propia interpretación mística. Al parecer la familia se cansó de preguntarme cuando hace su primera comunión. No quiero atarla a solemnidades religiosas. Ella busca su acercamiento a Dios cuando quiere y más de una vez la he encontrado invocando o me ha pedido un libro de oraciones en alguna feria del libro. El año pasado escogió una pulsera de "Santicos" de esos que llevan las viejitas piadosas de Miami y yo aún me pregunto cómo se le ocurrió eso. No me he encontrado otra niña de seis años con uno así. Esta es nuestra hipóstasis de una trinidad que comparte una misma esencia inmaterial y eterna. La madre, la hija y el espíritu divino.
Rublev's famous icon of the Trinity.

Monday, August 1, 2011

Nosotros.

Vacilo cuando finalmente te tengo frente a mí. No es ese el semblante que me observa al otro lado del espejo cuando ahondo mi desnudez. No es el reflejo del hombre que me seduce con una copa de vino, leyendo a Kundera o con  la música que trajiste a nuestro primer encuentro íntimo. Cómo me gusta escuchar ese disco y martillear sus canciones a tu oído robando tus armas de atracción! Disfruto recordarte el cazador que eres y volver a enredarme voluntariamente en la urdimbre que por años has ensayado.

Tu boca se llena advirtiéndome cómo caen las mujeres rendidas a tus pies. Yo río de tus quijotadas pendejas, me hace gracia que aún te amarres a tu fama de seductor como mecanismo de defensa. Es difícil rasgar una piel que te ha acompañado durante años. No me apremia tu transfiguración, te conozco lo suficiente, me conozco sobradamente. Pasamos frente a una universidad y bromeas con los traseros jóvenes. Hago gala de mi cuerpo firme y reímos como niños. Mis abriles se vislumbran en una anatomía moderada, sabia al roce de tu piel. No cambiaría mis años por nada. Entreno para una carrera contra la vejez porque también tengo mis momentos de frivolidad. Las arrugas y canas no me atormentan mientras pueda mantener un físico joven. Agradezco día a día la perspicacia que me regala la vida.

Conociéndonos, ya sospechaba que esa primera vez no sería la mejor. La trascendencia sentimental siempre queda. Recuerdo pegar mi torso al tuyo y sentir tu calor corporal, era como rezarle a Dios y que me respondiese a través de tu piel. El coito al final siempre es lo mismo, agujeros hechos para ser ocupados de una u otra forma; pero esa energía corriendo por todo el cuerpo y sentir la carga abandonar nuestras almas para quedar al amparo de dos cuerpos tendidos a la abigarrada existencia que por momentos nos agobia, fue una sensación única. Sensación inmarcesible que ha derivado en un alud que engulle nuestras melancolías.

La última vez tuve que esperarte, endemoniado tráfico que nos separa. Odio el tumulto urbano interfiriendo en nuestros encuentros. Pasaste frente a mí y no me viste, casi me lanzo frente a tu coche. La picardía en tu sonrisa anuncia el niño que encharca mi coqueteo. Conduces y de vez en cuando volteas a robarme un beso, pellizco tu entrepierna para forzarte a atender el tráfico. Ando hecha un manojo de nervios como una virgen que sabe será desflorada. No sé si juego conscientemente a ser niña o esa cara de golfo tuya me atrofia por unos minutos. La privacidad me devuelve mi lucidez de mujer. Mis manos te abarcan, mi boca te traga, mi lengua hace suyos tus orificios, me preparo para que mi núcleo te acoja. No importa si en ese momento te saco la camisa de poeta o te ciñes el pantalón de hombre-hombre. Vuelve ese impulso irrefrenable de hembra-macho, macho-hembra que nos arranca el cuero y nos eleva a deidades.

Tuesday, July 26, 2011

Primeras impresiones.

  
Saludé a mis padres como si los hubiese visto ayer. Siempre me digo que pasaré horas hablando pero lo que tiene que decirse merita encuentros breves sin jactancia de plática. A mi madre le basta mirarme para saber de mi vida y lo banal no merece espacio. Unos minutos en mi haber para contar lo de última hora y el resto sale mientras nos tiramos en su cama a escuchar el concierto de piano de Rachmaninoff, ese se las arregla para arrancarnos confesiones que me deleitan al saberme heredera de su espíritu. Sus ojos de 70 años brillan cuando me habla como fémina y traslucen la pasión que no la abandona y que se transmite de una generación a la otra. Y con la misma intensidad me da las lecciones de maternidad que tanto he echado en falta durante estos largos ocho años. En  pocas palabras describe el mundo interior de mi hija y yo me asombro que lo que me ha tomado años entender  ella lo desglose con una brevedad auténtica, sin necesidad de epítetos.

Afuera juega mi hija con un abuelo que no da para tanto correteo pero disfruta mi infancia nuevamente en la figura de su nieta. Me conmueve ver a este hombre sabio  alfabetizar en las artes de retozo infantil. Al cansarse se sienta y le lee como mismo hacía en mi niñez regodeándose del bichito de la lectura copiosamente diseminado en esta familia; o le inventa lecciones de geografía y la lleva a una América precolombina y a un lejano Oriente.

Sucesión de días que dejan  sabor a perpetuación en mi boca. Imágenes que se repiten cuando la nostalgia me invade sin recato y saboreo la mezcla de mis padres en mi sangre, esa fusión de espíritu e intelecto que me nutre al hacer camino.

Saturday, July 23, 2011

El alumbramiento.

        No sé cómo se las arreglan las mujeres en las películas para romper fuente y tener dolores  que prácticamente no las dejan llegar al hospital porque ya asoma la cabeza de la criatura. Yo desperté a las 8 de la mañana mojada y me recriminé que la opresión de la barriga no me dejase llegar al baño, pero como tenía sueño me duché, cambié las sábanas y me acosté a dormir nuevamente. Ahí fue cuando vino el segundo chorro y me dí cuenta que era otra cosa.  Así que llamé y dije” Viene llegando”. La pobre niña que estaba en la casa conmigo se quedó lela y se sentó en un sofa a esperar por mí .No sentía dolor ninguno, así que me preparé desayuno porque la comida para mí es un tema muy serio aunque yo no lo sea para ella. En los treinta y madre, aún no llego a las 120 libras. Me llené la panza, me saqué los anillos, el esmalte de  uñas y estaba  lista para ir al hospital. Aquella pobre  chica conducía y lo único que me repetía era que le avisara si tenía que parar y llamar al “rescue” Yo estaba campante, le sonreía  a todos al llegar a admisión y tenía que hacerles la historia de que no tenía hoja clínica y no me había tratado ningún ginecólogo porque hacía dos semanas había cruzado la frontera.
Al rato vino el que atendería mi parto y entre reconocimientos y estrenando mi inglés, le conté nuevamente mi historia. Me preguntó que si quería un “epidural” esas inyecciones mágicas que  disimulan el dolor, pero yo quería estar alerta y si mis abuelas y  mi madre dieron a luz sin la “bendita” inyección por qué habría de “rajarme” yo.  Pasaron las horas y nada que dilataba, ya me estaba impacientando, menos mal que desayuné fuerte porque ni agua, sólo hielo seco para la refrescar la boca. Mi hermano me hacía chistes y yo a carcajada limpia en el hospital hasta que vino la primera punzada que me recordó los famosos dolores de parto. A partir de ese momento y cada vez más frecuentes se sucedieron unos espasmos que anunciaban finalmente el momento de la llegada. Aquel hombre ni se portaba a recibir a mi hija y yo que lo único que repetía era que quería parir. Un pujo, dos pujos, tres pujos y sentí que se me iba la vida hasta que escuché un llanto que me trajo de vuelta. Ahí estaba. Casi no pude disfrutarla porque se la llevaron  a hacerle todas esas pruebas que ordenan los neonatólogos. .
 Pasaron como dos horas que estuve sola en mi habitación hasta que me trajeron a mi compañera de vida. Llegó dormida, yo que quería hablarle y la enfermera insistiendo que la despertara para que le diese el pecho. Al fin se marchó y nos dejó en paz.  La cargué y empecé a llorar preguntándome qué hacer con ese "trocito de humanidad". Por dónde se empieza a ser madre? No me dejó mucho tiempo para pensar porque su llanto me sacó de mi ensimismamiento. Hacía quince días había llegado a este país dejando atrás todo lo conocido y los más cercanos a mi vida, mi madre que debía orientarme a la hora del parto y después. Había llegado cruzando una frontera sólo aferrada a un vientre que guardaba celosamente a quien sería mi única compañía en los meses por venir. La pegué a mi pecho, ella sabía y yo también supe porque en su succión mi hija extrajo la primera lección de mi maternidad.Las siguientes, llegarían igualmente de su mano.

Saturday, July 16, 2011

Palabras.

Volvimos a las palabras. Nuestras palabras están cargadas de varias cosas. Tienen un componente sexual increíble, lleno de hormonas casi de adolescentes....

 Nuestras palabras llevan un susurro de amor en cada sonido. Son suspiros de esos que se lanzaban los amores virginales frente a las rejas de las ventanas.

Y nuestras palabras tienen un gran contenido, tienen, como se diría en ciencias, un peso específico propio. Casi no hay palabras en vano cuando hablamos, casi no hay trivialidades. Si es verdad que de vez en cuando hay una que otra exageración, pero siempre es entendida dentro del contexto en el cual fue dicha.

Me haces sonreír, llorar, me excitas cuando hablas, cuando escribes.... sobre todo cuando escribes y usas tus palabras para dar carácter y fuerza al significado...Te regalo el metalenguaje de mis labios, que se entreabren, se arrugan, se mojan, se secan, se ensanchan y hasta se quedan temblando cuando  te hablo...

Thursday, July 7, 2011

La ciudad y tú.

  El verdor abundante de la ciudad oculta un poco las extrañas emociones que dejan los humanos en su quehacer diario. Los rayos de sol filtrándose entre las ramas y el color de todo el conjunto entra en juego según el sentimiento con que este uno mirando la ciudad. Este viaje la ciudad y yo nos envolvimos en un sentimiento nuevo. Mientras escuchaba hablar de tantas cosas que por estos lados se habla, te escuchaba, así como hablas todo apasionado cuando el tema te enamora. Mientras miraba y me internaba en los rincones de ayer y descubría los nuevos te sentía a mi lado. No te imaginas como fue verte entrar a ese mundo mío de ayer, mundo que por años fue un sueño mágico en el que ahora tú ocupas un espacio inmenso, verte claramente en mí  mucho antes de yo saberlo.

Sunday, July 3, 2011

Sin rodeos.

Con este hombre no hay que disimular. Le hago el amor cuando le escribo cartas, poemas de amor para un extraño sin rostro, esos largos momentos en que aflora la nostalgia de lo que se puede ver pero es intangible.
 Esos cortos momentos que me regala son para el sexo sucio. El sabe lo que quiere y lo que yo quiero así que para que andar dándole vueltas al asunto. El amor se reduce al uso de zonas del cuerpo, dedos que penetran, lenguas que lamen, movimientos monumentales. Es beberme su cerebro mientras succiono su falo.

Saturday, July 2, 2011

Escribo la noche en tus versos,
poema que empezaste y yo termino.
Poco importa el comienzo o el fin
el poema es el proceso mismo.
Tu poema guiando los dedos en mi sexo,
pájaros que cantan en mi patio
el mar que respiro y baña mis pies,
verde que arropa de  orgasmo  mis ojos.
El poema son las líneas que escribo para espantar la soledad,
líneas que esporádicamente soplan la nostalgia del café.

Tuesday, June 7, 2011

Danza para sanos del alma.

La danza me acompaña desde que tengo uso de razón. Me veo a mí misma con seis años conquistando el aire en un salto y más grandecita desplegar mis brazos a modo de alas y dejar la vida expirar a través de ellos. Hice mío el rito del lenguaje corpóreo disimulando el discurso esporádico de mi timidez.

Plagio el Bolero de Béjart haciendo el vaivén de mi cuerpo tramoya de mi insinuación. Me traduzco en la protagonista que seduce al  hombre con una escenografía sobria; dueña de una coreografía que musica un canto al amor. El canto que escribo con movimientos suaves que delinean el clasicismo de mi cuerpo prolongando esa eternidad que al varón enardece. Las piernas infinitas, cercando sus caderas, empujándolas al abismo de mi sexo, el torso erguido para el recorrido de sus manos, la cabeza en curvatura rendida al deleite y la incorporación de la mirada cerrando el acto.

Thursday, June 2, 2011

Me quedo callada y cuando ya no lo esperas hablo. Cuanto te escucho me remonto al principio de las cosas, es como haberte oído antes, mucho antes de ser yo. Sé que esto suena raro pero es que no encuentro ahora ninguna forma de describir esta sensación de "siempre" que tengo contigo.De como te reconozco en cada pedazo de vida que he vivido, de pensar en mí misma sin reprocharme nada. Pues si, es esa sensación de "siempre" las que nos parece extraña, esa sensación de haber estado juntos, tanto, que hasta empezamos a olvidar ciertos detalles de nuestros encuentros, que por cierto, son furtivos, escasos pero inmensos.
 Esa es mi obsesión, esa que quiere descubir la eternidad y entender más allá de las palabras dichas, mucho más allá.  Y es que este amor es profundo y serio, así como el placer que irradias en cada orgasmo. Profundo y serio,  aunque siempre lo adornes con una sonrisa. Aunque no sepa si es tu sonrisa o un reflejo de mis labios abiertos en un beso modificado.

Tuesday, May 10, 2011

El café.

Vamos con el pretexto de un café  para mostrarnos como amantes al mundo y en esa espera miro el cabello que desgreñan y acicalan  indistintamente mis manos mientras te beso. Reclino mi espalda a la pared esperando tu pierna en mi ingle,tus manos suben la falda volátil que cubre mi pelvis y ensillo tu trasero con mi muslo consintiendo la embestida. El olor a sexo se mezcla con el del café que esperamos y olvidamos si vinimos por café o por concupiscencia.

Sunday, April 17, 2011

Inmanente.

En estos días lo que resultaba vulgar alcanza otras dimensiones.  Hasta hace un tiempo la ciudad me resultaba lánguida. Hay fundamentos que no basta llevar por dentro, necesitas compartirlos con alguien, esperar que el otro complete la frase y a mí particularmente me apetece mirar a los ojos con aprobación y si es posible que me besen. Tienes esa simplicidad grandiosa de alcanzar disímiles nombres . Eres destripador de la abulia, exorcista de demonios que corrompen el alma,  testaferro de mis entrañas, roedor de mis tuétanos. Cuelgas de mí como escapulario; no eres apaño, eres inmanente.

Friday, April 8, 2011

La era.

Ayer emprendí  viaje,
asistí al entierro de mis miedos,
desterré días aciagos.
Ayer un vendaval  barrió condenas,
la lluvia saneó mi ánima,
ayer nació la edad de los amantes,
abrí la puerta y eras tú.

Thursday, April 7, 2011

Telúrica.

La mujer se hace polvo entre sus manos y vuelve a la tierra, redonda, entera.

Wednesday, April 6, 2011

Sentidos.

El hombre la lleva a ver el mar y ella sólo puede contemplar al hombre.  Todos los sentidos desembocan en su cuerpo. Los ojos contemplan  su desnudez, las manos le dan cobija, la boca abriga el verso que no se ha escrito, los oídos  se rinden a los gemidos como único lenguaje y la lengua es recipiente de la humedad de los cuerpos. El mar los contempla.

Monday, April 4, 2011

Hay un hombre que sueña en silencio, sueña una mujer que sueña al hombre.  La mujer y el hombre se sumergen en un idilio de primavera recuperando sueños. Las letras sosiegan la fuga de ansiedad y el  trovador es conjunción de almas. El sueño deriva en un amasijo de siluetas que auguran el viaje de regreso a casa, las bocas vagan en un beso sin confín y los cuerpos sudan sus nombres al unísono. Sus rostros se pierden en el sueño, sólo germina su esencia en sus dermis.