Thursday, August 4, 2011

Trinidad.

No soy versada en temas teológicos, de hecho no practico. Si lo necesito voy a una iglesia católica, rezo  por los míos y me arroba la unión mística que establezco en silencio. La liturgia no dicta mi paz aún cuando experimente alegría en ese momento que todos se dan la Paz del Señor. Mi culto me anega en lágrimas de misericordia por mí misma, por los que están lejos y de una u otra forma he perdido con la distancia, por este hombre que me pide que rece por él. Esa iglesia es una casa transitoria para encuentros con mi virgen, darle las gracias y encargarle amparo.
Comencé a orar como a los doce años sin la más remota idea de lo que hacía. Por aquellos años me invadió el pánico a la muerte y las tardes de domingo me eran fatales con  dos palabras rondando mi cabeza:  "NUNCA MAS". De esta suerte me inventé mis oraciones en una búsqueda de alivio a la congoja de verme sin poder salir de una tumba. Creo que mis actos al encomendarme eran una conjunción universal porque en aquella época no me había bautizado ni pisado una iglesia. Mis nociones de  catequesis eran nulas, nací cuando ya el miedo estaba insertado y era ínfimo el número de cubanos que practicaba su fe abiertamente. Entre un padre agnóstico y una madre que estudiaba en la universidad, criaba cuatro hijos y dedicaba su tiempo a las artes, ir a la iglesia no era el ideal familiar de planes de fin de semana. Me hice bautizar a los dieciocho años por decisión propia y en una iglesia ortodoxa por rebeldía. No me pedían pasar un año asistiendo a clases de catecismo. Así que aunque el espíritu estaba ya en mí decidí que fuese oficial con un patriarca vertiendo agua sobre mi cabeza.

Mi contemplación divina no puede enmarcarse en cuadros estrechos acordados por hombres que han hecho su propia interpretación. Los monoteístas cerraron su círculo divino proscribiendo la magia, el animismo y los seres supremos y ahí empezó uno de los tantos males que nos corroen. Puedo celebrar el Primer Seder con mis amigos judíos y compartir la misma exaltación al cantar el Hava Nagila que dándole la paz a los que comparten mi banca dominical, en un ritual celta de solsticio de verano o cuando mis caderas pierden la medida en un tambor a Oshún. Hay algo en mí muy pagano.

 Mi hija fue bautizada y tiene su propia interpretación mística. Al parecer la familia se cansó de preguntarme cuando hace su primera comunión. No quiero atarla a solemnidades religiosas. Ella busca su acercamiento a Dios cuando quiere y más de una vez la he encontrado invocando o me ha pedido un libro de oraciones en alguna feria del libro. El año pasado escogió una pulsera de "Santicos" de esos que llevan las viejitas piadosas de Miami y yo aún me pregunto cómo se le ocurrió eso. No me he encontrado otra niña de seis años con uno así. Esta es nuestra hipóstasis de una trinidad que comparte una misma esencia inmaterial y eterna. La madre, la hija y el espíritu divino.
Rublev's famous icon of the Trinity.

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