Saturday, July 23, 2011

El alumbramiento.

        No sé cómo se las arreglan las mujeres en las películas para romper fuente y tener dolores  que prácticamente no las dejan llegar al hospital porque ya asoma la cabeza de la criatura. Yo desperté a las 8 de la mañana mojada y me recriminé que la opresión de la barriga no me dejase llegar al baño, pero como tenía sueño me duché, cambié las sábanas y me acosté a dormir nuevamente. Ahí fue cuando vino el segundo chorro y me dí cuenta que era otra cosa.  Así que llamé y dije” Viene llegando”. La pobre niña que estaba en la casa conmigo se quedó lela y se sentó en un sofa a esperar por mí .No sentía dolor ninguno, así que me preparé desayuno porque la comida para mí es un tema muy serio aunque yo no lo sea para ella. En los treinta y madre, aún no llego a las 120 libras. Me llené la panza, me saqué los anillos, el esmalte de  uñas y estaba  lista para ir al hospital. Aquella pobre  chica conducía y lo único que me repetía era que le avisara si tenía que parar y llamar al “rescue” Yo estaba campante, le sonreía  a todos al llegar a admisión y tenía que hacerles la historia de que no tenía hoja clínica y no me había tratado ningún ginecólogo porque hacía dos semanas había cruzado la frontera.
Al rato vino el que atendería mi parto y entre reconocimientos y estrenando mi inglés, le conté nuevamente mi historia. Me preguntó que si quería un “epidural” esas inyecciones mágicas que  disimulan el dolor, pero yo quería estar alerta y si mis abuelas y  mi madre dieron a luz sin la “bendita” inyección por qué habría de “rajarme” yo.  Pasaron las horas y nada que dilataba, ya me estaba impacientando, menos mal que desayuné fuerte porque ni agua, sólo hielo seco para la refrescar la boca. Mi hermano me hacía chistes y yo a carcajada limpia en el hospital hasta que vino la primera punzada que me recordó los famosos dolores de parto. A partir de ese momento y cada vez más frecuentes se sucedieron unos espasmos que anunciaban finalmente el momento de la llegada. Aquel hombre ni se portaba a recibir a mi hija y yo que lo único que repetía era que quería parir. Un pujo, dos pujos, tres pujos y sentí que se me iba la vida hasta que escuché un llanto que me trajo de vuelta. Ahí estaba. Casi no pude disfrutarla porque se la llevaron  a hacerle todas esas pruebas que ordenan los neonatólogos. .
 Pasaron como dos horas que estuve sola en mi habitación hasta que me trajeron a mi compañera de vida. Llegó dormida, yo que quería hablarle y la enfermera insistiendo que la despertara para que le diese el pecho. Al fin se marchó y nos dejó en paz.  La cargué y empecé a llorar preguntándome qué hacer con ese "trocito de humanidad". Por dónde se empieza a ser madre? No me dejó mucho tiempo para pensar porque su llanto me sacó de mi ensimismamiento. Hacía quince días había llegado a este país dejando atrás todo lo conocido y los más cercanos a mi vida, mi madre que debía orientarme a la hora del parto y después. Había llegado cruzando una frontera sólo aferrada a un vientre que guardaba celosamente a quien sería mi única compañía en los meses por venir. La pegué a mi pecho, ella sabía y yo también supe porque en su succión mi hija extrajo la primera lección de mi maternidad.Las siguientes, llegarían igualmente de su mano.

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