Aún no creo que hayas ido a verlos. No quiero hacer símbolos de tus acciones. Eres un hombre auténtico. Haces las cosas cuando quieres, cuando las sientes. Te imagino sentado en el sillón de mimbre, les cuentas cosas que ni yo sabía. Mi madre me hace un mensaje extenso y me da detalles, sus palabras te muestran tal como te conozco. Al principio de encontrarnos te dije que se enamoraría de tí y en sus líneas me llega la misma impresión que sentí. Tengo que esperar a tu llegada para que me des las tuyas. Te he hablado de ellos hasta el cansancio, pero quiero que palpes mi estirpe. Es hora de que veas la vejez de todo lo que has visto en mí. Quiero que veas como envejeceré, los temas de los que hablaré, la mezcla inconmesurable que es para mí el intelecto de mi padre y el espíritu de mi madre. Veo más. Andas por el cuarto del fondo, el de los libreros y los discos. Recorres con la vista los tomos, te bebes a golpes lo que leí, lo que escuché. Te pido que te regales mis discos y uno a uno los pasas, haces la selección y cargas con otro pedazo de mi historia. Encuentras en ellos dibujos, poemas que escribí de adolescente, hasta que leí toda la poesía que quise y la abrigué dentro de mí para nunca dejarla ir. Esa poesía te acaricia en actos, cuando de lejos te cuento. Es la voz que te acompaña cuando no estoy y me hace tangible. Son las letras que escribo cuando me pides que narre y mis palabras te acarician hasta que detona la carga emocional que te ofrezco.
"Aterrizando"- dice tu mensaje e inmediatamente me mandas una foto de mis viejos. Conduzco pensando en tí y en ellos, el mundo del cual salí y al cual viajo hacia tu encuentro. Dos mundos continuos y duraderos, dos mundos en pieles nuevas, las que hemos renovado con tu viaje a mi raíz. Te envío una foto como si no me recordaras. Mi sonrisa es lumbre que ha faltado por días, es espléndida y decido guardarla. Sé que la reenviaré cuando venga un día aciago, unos de esos días que olvidamos lo que somos y necesitas ver el rostro de la felicidad. Llego a la sala donde se apiñan los parientes y amigos de los que vienen o regresan. Y soy yo en esa sala, la única amante. Desisto de intertar buscarte a través de la pared de cristal y voy a la puerta por la que saldrás. Asomas y me sonríes, me controlo. No debo correr como niña que regresa a casa del colegio y busca su juguete favorito al que ha extrañado todo el día. Me besas largo. Me recuerdas cuán generoso puede ser tu beso. Un empleado del aeropuerto nos grita que no interrumpamos la salida de los viajeros que arriban. ¿ Qué sabe él de nuestras ansias? Me pregunto si podré controlarme hasta llegar a casa. Ya sé que no podrás. Intuyo que conduciré con tu mano hurgando mi vientre y me he puesto falda para hacerte fácil el camino. Con un tirón de puerta, me arrancas la ropa y ensartas. Hueles a nuestra ciudad, a salitre y comida casera, a mangos del patio y a hogar. Retoco como campana llamando a fiesta y tú me inundas de savia milenaria con ese sabor que tienes a macho fresco.
Te levantas de la cama aprisa y me traes mi regalo. Había olvidado que esperaba algo material a tu regreso. Detestas al franchute, pero dominaste el disgusto para darme placer. Me deleita escucharle hablar de música cubana y surrealismo. Te duermes en mi pecho mientras miro los documentales de ese que describe como nadie la ciudad que nos bendijo.
Te levantas de la cama aprisa y me traes mi regalo. Había olvidado que esperaba algo material a tu regreso. Detestas al franchute, pero dominaste el disgusto para darme placer. Me deleita escucharle hablar de música cubana y surrealismo. Te duermes en mi pecho mientras miro los documentales de ese que describe como nadie la ciudad que nos bendijo.
Yo, adorándolo/te.
ReplyDeletey yo con aquella canción: he entendido todo. Me encantó este post, querida
ReplyDeleteGracias, cielo. Un abrazo inmenso.
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