Friday, January 27, 2012

La herencia de bisnonna.

    Desde que tengo uso de razón  he escuchado la historia de mi bisabuela que murió a los dos meses de fallecer mi bisabuelo. Cuando una es pequeña, escucha eso y  realmente no le presta mucha atención. En la adolescencia me parecía lo más romántico del mundo eso de morir de amor. Años más tarde, siendo ya madre, me preguntaba cómo esa mujer llegó a amar hasta el punto que perdió el sentido tras la partida de su amado y descuidó a seis hijos, incluido un par de mellizos recién nacidos; pero lo poco e intenso que he vivido me ha hablado de irracionalidad, en unas ocasiones más conmensurable que en otras.  Poco sé de ella. Al parecer, la dejaron en el olvido porque no existen imágenes suyas. Pudiese ser que al asumir la adopción de sus hijos los diferentes padrinos, se haya perdido lo poco para la época que había quedado en fotografías.
   Nacida en Santiago de Cuba y para ese tiempo ya muy criolla, tenía origen italiano; así que ya sabemos la naturaleza appassionata de dónde nos viene. Y es que cada generación, salida de ese vientre  ha parido mujeres de miel a las que es casi imposible resistirse; pero que con la misma fuerza, devienen en iracundas si la situación lo amerita. Como somos mujeres muy refinadas, no nos enredamos en escándalos ni nada que se le parezca. Ante el público, hacemos uso de estos ojos poderosos que nos dieron y con una mirada helamos a cualquiera. A más de una he visto salir corriendo y permanecer alejada bajo pretexto de estar ocupada. Para la intimidad de la habitación dejamos el desgarramiento, la rabia y los celos; y transformamos toda energía negativa subyugándola en movimientos corpóreos. De haber vivido en el medievo, nos hubiesen quemado a todas. Al principio de conocer a mi hombre, me gritaba "Bruja" cuando le mencionaba algo de lo que pensaba no tenía ni idea. El apelativo recae menos sobre mis hombros pasado el tiempo, pero aún se queda frío con mi poder de intuición  Estas son cosas que heredé de mi madre y ella, a la vez, de su nonna.
    Mi abuela fue a parar a la Habana con sus padrinos, después de haber vivido con unas monjas por un par de años. Al parecer llegó a detestar todo resquicio de falsa piedad religiosa que nunca la acogió pues no se pagaban altos tributos por su crianza. De esa falta, desarrolló una conmiseración por cuanto desamparado llegaba a su puerta.  Se servían suculentos platos en el amplio portal de la casa que mi abuelo le construyó en el barrio de Buen Retiro y cuya placa fecha el año de nacimiento de mi madre. Mi abuelo estudió en New York y a su regreso a Cuba trabajó durante años como chef en el Nacional. No obstante, en esa casa de barrio habanero, el universo mágico de los calderos era de nonna. Durante mi infancia fue la cocina mejor equipada que ví en la Habana y Nitza Villapol hubiese enrojecido de ira viendo a aquella mujer diminuta moviéndose de un lado a otro balanceando las caderas de matrona italiana y mucho más si hubiese alcanzado a oler los vapores que despedían las ollas mientras guisaba.  En los almuerzos domingueros y cuando ya algunas copas de oporto relajaban el ambiente, se contaba como en sus años de juventud y antes de conocer a mi abuelo, iba a bailar a un club donde cierto político acostumbraba a pedirle una pieza hasta el punto de acosarla. Con toda la irreverencia que la caracterizaba, se le plantó delante en una ocasión que susodicho señor apareció con su esposa y sin preámbulos le preguntó si esa noche no iba a invitarla a bailar. Su cuerpo diminuto guardaba una fuerza envidiable. Mi abuelo partió antes que yo naciera y nonna quedó sola al cuidado de sus hijas y con un ramillete de nietos que hizo la alegría de su vida. Nunca contó pormenores de su relación con él, mas guardaba en su mesa de noche un fardo de poemas escritos durante su época de noviazgo y que fue lo que conquistó definitivamente a esa reina de corazones.
    Con tanta historia, no es de extrañar que no me sorprendiese nada el comienzo de la relación de mis padres. Mi madre me cuenta sin tapujos porque dice que sólo yo puedo entenderla. Sentada una tarde en el portal de su casa con dos hijos de un matrimonio fallido (creo que se hombre huyó intimidado por tamaña mujerona) vio a mi padre pasar y dijo- "Ese hombre va a ser mío". Y suyo fue. Mi padre cayó rendido ante una mujer madura que amaba con ansias de niña y a la que el infortunio no le quitó las ganas de dar. Desafiaron cuanto se puso por medio. La de veces que a través de los relatos de mi madre viví noches de bohemia en La Habana de finales de los sesenta, los besos a hurtadillas, las entradas nocturnas de mi padre en el piso de mi madre, la sorpresa familiar del anuncio de nupcias a solo dos días del suceso. Y con setenta años, cuenta esta mujer esa historia y sus ojos se encienden como el primer día, con el mismo brillo de las miles de fotos que le tomó mi padre que la hizo se musa.
     A los cuatro años, fecundado fue un óvulo que esperaba impaciente por hacer suyo el legado idólatra de tres generaciones. Surgí una mañana, como Afrodita, ya hecha mujer.  Me colmaron de mimos y viendo a mi madre aprendí que se besa a plena luz del día, deteniendo el tráfico, inmortalizando el aire suspendido en el roce de los labios. Y cuando mi hombre dibuja mis labios, la boca espera con el jugo de esa isla bañada por el Mar Tirreno y renovado por el Caribe. La mía entona epitalamios que su boca sucede.

Saturday, January 21, 2012

Sexo, fotos y cintas de vídeo.

Lo habían recomendado como un profesional de fotografía en blanco y negro. Hacía rato buscaba alguien que reflejara sus líneas naturales fuera de un estudio. En realidad quería quedar plasmada como Tina en aquella foto de Edward Weston donde exhibía un cuerpo maduro. Cambiaría la azotea por un muro con mar de fondo y bajo un sol tenue que evitase sombras chinescas. El deseo de posar no era tanto un culto a la desnudez como musa inspiradora sino el deseo de explorar su cuerpo sin que mediase un espejo. En un primer contacto, el fotógrafo le dijo que por lo general no hacía desnudos porque era fácil hacer arte con los arcos de una mujer. Sin embargo, algo en la voz femenina le dijo que habría más que un torso y unas extremidades al descubierto.
Antes de sentir el  calor y la humedad le llegaron los claroscuros y los sonidos. Como el clima no acompañara, la cita se dilató; y un buen día, comenzó a recibir una procesión de imágenes que esperaba él reprodujese llegado el momento. La mujer adoptó como costumbre irrenunciable enviarle archivos fotógraficos  de su presencia en la piel. Las instantáneas iban en blanco y negro. Se había decantado por la luminosidad del contraste de una dermis casi transparente y el detalle de dos areolas encendidas cuando asomaba el torrente de las ganas. Las ropas abandonaban su cuerpo a una señal y se mostraba tan mágica como sus ojos quisieran verla. Quería, cuanto antes, desprenderse de todo y mostrarle el lado traslúcido que tantas veces había soñado. De la pasividad de las fotos pasó a unos cortos, cuando las ganas de él la hacían bailar frente a la cámara y hacerle cintas donde gradualmente la música se apagaba acallada por una respiración fuerte que terminaba expulsando su nombre del templo por donde él se paseaba.
Llegado el día, depiló sus labios inferiores para que la colmara de besos y llegara a su hueso sin otro intermediario que la lubricación que su cercanía le haría desprender. Antes, le beso los pies y las rodillas y apartó cualquier remanente de tela para bebérsela a gotas mientras le clavaba los ojos en una mirada que hablaba de mucho más que deseo. ¿Qué entiende la perspectiva del cuenco que ahora le recibía y rebosaba de placer? Las imágenes quedarían como una alegoría de pérdida cuando, sola, le buscara.  Entonces, se las enviaría para recordarle ese momento de derroche y ternura.
Ese día redefinió la dicha. La dicha no cabía sino en esos dos cuerpos secretando al unísono. Hay imágenes que el lente no puede captar y se revelaban en la poesía que le leía mientras su cabeza reposaba en su vientre; vientre que acogía la vida que le brindaba su esperma. Una imagen facsímil de la dicha, cristalizada al retomar el cuerpo que fue suyo ayer y lo era hoy, como siempre.


Wednesday, January 4, 2012

El lago.

       Abrió la ventana que daba al lago y llenó sus pulmones del aire gélido. Cierto calor humano se había instalado en su alma y desafiaba cualquier alusión poética de comienzo primaveral en esos primeros días de diciembre. "Envíame una foto del lago helado"- le había pedido y él había esperado pacientemente una primera nevada que diese efecto de postal comercial. No le gustaba ese tipo de expresión pero no podía negarle algo tan mínimo. Enfocó hacia el lago y pensó en la irreverencia de un paisaje tan quieto y el remolino interno que sentía y al que se negaba a ponerle nombre. Trataba de hacer un recuento de los primeros acercamientos a esa mujer que ahora veía como una inoportuna de la que no podía prescindir.
      Habían empezado por enumerar las cosas que tenían en común hasta hartarse de registros inútiles. El alma no entiende de cuentas sino de descalabros a flor de piel.  Después vinieron los rasgos auténticos que no pueden contarse, los gestos que hacen la cotidianidad insólita. Así, leían un libro simultáneamente e intercambiaban frases en mensajes, hasta que se le ocurrió mandarlos como notas de voz. Comenzó a recibir poemas de Kavafis y Lorca, el Credo de Nazoa y se le antojó que aquellos versos habían sido escritos para ser declamados por esa mujer. Otras, cantaba canciones a capella. No importaban la entonación o el registro. Creía que si el canto salía de su pecho, la melodía invadiría su boca y podría susurrarle madrigales al oído. Escribía notas a mano y le envíaba las fotos sin atreverse a esperar la demora del correo tradicional. Luego, las recibía y ponía en el rincón de la pared donde acumulaba los recordatorios de asuntos urgentes. A veces, dejaba pasar un par de  meses esperando que ella olvidara el envío y entonces retrataba la nota y la despertaba con una de las preguntas o afirmaciones que ahora hacía suyas.
           No necesitaba sus fotos para verla ahora en las aguas del lago. Una aparencia moderna contradecía su naturaleza mas bien romántica. Al ver su rostro no podía evitar pensar lo que se habían perdido los maestros del Renacimiento. La hubiesen inmortalizado en mil óleos, pero por estos días ya nadie pintaba eso. Una nota melancólica asomaba a sus ojos cuando faltaban las palabras y la distancia se hacía tangible en ellos.  La tecnología les ofrecía imágenes que hablaban por sí mismas. La veía apagada, haciendo la tristeza hermosa y a la misma vez lo enamoraba el derroche de amor de sus pupilas. Revelaban un perfil platónico y otras tantas veces su culpa carnal hasta que se cerraban por la fuerza del arrobo o la caída de la cabeza hacia atrás. Así la tuvo entre sus brazos mientras su boca la acogía. Su cuello parecía buscar el sol que le aumbraba el rostro, lista para emprender vuelo y desprenderse de lo terrenal. Sólo escucharlo la calmaba temporalmente. Su voz abría las puertas a la esperanza. Eso le gustaba de los hombres maduros. A diferencia de los de su generación, los que pasaban los 40 no dejaban que la virtualidad reinara y entendían la supremacía del calor humano aún de lejos; y él comprendía a cabalidad lo importante que eran para ella las llamadas. La llamaba camino a su hora de almuerzo y lo veía caminando entre tanta gente ruda que ni se miraban a la cara, como si hubiésemos sido todos hechos siguiendo un mismo patrón y los ojos no revelaran existencia alguna. No podía ver la ciudad sino a través de su mirada. En cierta medida, desprendía un pedazo suyo en cada exposición a la luz o las sombras y dotaba de vida cuerpos hasta entonces inermes con la magia de una instantánea.
     Le asombró el pedido de la foto del lago. Sabía que tanto tiempo sin verse la afligía y ahora con la ventana abierta, no podía evitar verla sino como una Ofelia desnuda sólo cubierta por las mismas margaritas que acostumbraba llevar enredadas en sus cabellos.  Corrió al teléfono y la escuchó distante, pero jovial. Enunció su petición y dijo que la esperaba. Colgó sin reparos. Un sonido anunció un mensaje y la respuesta llegó en forma de imagen. Ahi estaba en blanco y negro, la boca que siempre lo recibía. Volvió a la ventana y retrató la luna llena reflejada en el agua.