Tuesday, February 28, 2012

Cinema.

El lugar daba muestra a todas luces de lo que era un espacio que promovía talento sin hacer caso a lo que vendía.  La mayoría de los que asistían al cine no lo hacía buscando  filmes que los hicieran pensar. En cambio, añoraban una cinta fácil que los sacara de sus embrollos diarios. Inconscientemente volvían a entrar al mundo del cual trataban de escapar; pero lo hacían en cuerpos ajenos.  Cuando comenzó a asistir a las sesiones de proyección de películas internacionales, le parecía estar en la piel de Totó descubriendo la magia del cinematógrafo de la mano de Alfredo.  Regresaba a casa con una sonrisa y pasaba días pensando en los diálogos, en una fotografía que decía más que mil palabras, en la música que era tantas veces, protagonista.
Esa tarde al comprar su boleto, entró a la sala con un entusiasmo que no podía explicarse. Las luces ya se habían apagado con el comienzo de los comerciales y a tientas buscó una butaca cercana a la puerta de salida que le permitiera escurrirse una vez terminada la presentación. Era tímida y tratando de evitar miradas, casi introdujo la cabeza en su bolso fingiendo buscar algo. Una voz cadenciosa le pidió permiso y al pasar frente a ella sus ojos se desviaron de la pantalla para sólo volver a ella tras el choque de miradas que le metió al hombre en el cuerpo por el resto de sus días. Sintió que la piel próxima a ella irradiaba una energía sensual que la quemaba más que el sol de verano a mediodía en un campo adusto sin árboles que diesen sombra.  A la vez, su cuerpo aceptaba gustosa ese calor que prometía fundir una glaciación que se había apoderado de ella durante mucho tiempo. Le tomaba su tiempo abrirse. Además, tras unas cuantas experiencias fallidas, se prometía una y otra vez no entregar más, aún cuando supiese que era inútil. Terminaba dando porque no podía aguantar la tibieza de sentimientos, la aridez que la hacía envejecer al cerrarse al universo y no decirle ni tan siquiera en murmullos que amaba. Al tomarle la mano en una de las escenas, supo que no había escapatoria y que ese hombre cuyo rostro apenas distinguía entre las sombras estaba hecho para ella. 'Atrevido'- pensó. Retiró la mano reprochándose no ser intrépida. De repente sintió miedo. ¿Y si  el gesto de apartar la mano le quitaba todo lo que no había empezado  pero sentía suyo? Ahi junto a ella, un pedazo de materia que lejos de cualquier ínfula  de posesión se presentaba como un instrumento redentor. La falta de movimientos corpóreos silenciaban cualquier indicio de práctica y ya empezaba a alarmarse cuando el personaje masculino disparó la flecha que dejó una marca roja en la parte inferior de la túnica de la virgen.  Los diálogos enmudecían ante la cítara, tal como se cocía entre ellos un libreto que alcanzaba protagonismo en si mismos.
   Antes de que encendieran las luces salió arrastrando los pies y sin mirar atrás, huyendo sin ganas de lo que quería y rogando que viniese tras ella. Volvió a sentir la mano y esta vez la dejó acariciarla. La ternura firme del gesto le sacó el espanto del cuerpo. Le vendó los ojos y cerró los suyos.  Parecían  ciegos acomodados a ver con las manos. Estudiaronse con la boca y el tacto hasta caer en una hipnosis regresiva que les habló de sus vidas. Comenzó a balancearse de un lado al otro como un péndulo rigiendo destinos. El hombre la recorría con los dedos espaciando el momento del disparo. Cual diestro arquero flechaba su cuerpo con labios y roces. Al salir la saeta y alcanzar a la fémina, más de una vez había sangrado humedad por el cono sur de su cuerpo.

Friday, February 10, 2012

Dos es 1 +1

 Ahora la avenida parecía interminable, toda su holgura extendida ante  unos pies que se arrastraban sin rumbo fijo. Daba vueltas con la vista extraviada desconociendo el lugar que había pisado desde siempre. Estaban los mismos de otros días y rostros nuevos que se perdían en la bruma de masas humanas con sus cargas a cuestas. Tanta tristesse escapaba al clima, a una ciudad alegre, a sí misma que con frecuencia lograba desterrar la abulia; mas hoy la poseía con una fuerza brutal ante la que se sentía indefensa. No sabía que día de la semana sobrevivía, inmersa en un silencio aniquilante.  Se asomó a un quiosco  y vió la fecha en el periódico local. La señora le preguntó si quería alguna revista y con un gesto de la mano le contestó negativamente. Tres días más y volvería. Y con él, las jornadas de amor y desasosiego, de admiracion y desprecio; dependiendo de cuan André o Marc fuese.
André era el amante bandido, la sal de la relación, ese que le arrancaba risotadas o insultos, aunque a veces prefería callar y dirigirle una mirada de lástima por los momentos de vulgaridad emocional. Se pintaba como el hombre que sabía todo de las mujeres y coleccionaba amigas en redes sociales que sin saberlo alimentaban su ego con comentarios que, en ocasiones, denotaban mediocridad. Poco sabe la vanidad distinguir una cosa de la otra al ser foco de atención. Ella era otra espectadora, una silente. Tras varios mensajes privados donde hablaron de sexo y otros temas hasta la saciedad, se vieron en aquel bar. Entre vinos y tapas desentrañaron mundo  y adentrándose en los vericuetos de la mente le contó como la penetraría. Sin saber cómo ocultar el sonrojo y deseosa de acariciarse le pidió que la excusara para ir al baño. Hasta allí la siguió y así,sin más, la doblo sobre el lavabo y haciendo a un lado sus bragas entró hasta sacarle los colores y los calores por cada poro de su piel. André fornicaba como lo haría con una ramera, descubriendo su esencia de hembra en estado natural; y le pagaba con sonrisas de malandro, hasta el momento en que explotaba. Entonces, cerraba los ojos y parecía un hombre puro. Su rostro exteriorizaba la respuesta a la interrogante que la atormentaba cuando lo derrotaba la apatía.
Marc era el eterno novio, el cante jondo. Le hablaba de una ciudad donde se sentarían a ver atardeceres. Para Marc cocinaba con clavo de olor y mucho antes de que el olor del guiso escapara del caldero, la besaba buscando el aroma de su piel. Marc la hacía volar mucho antes de que sus piernas se abrieran a él. En su mente le ponía versos que eran dignos presagios del ascenso y cuando exhaustos yacían, ya sin aliento, desordenaba su cabello tatuando poesía cual axioma en su pensamiento. Era el creador al que observaba en silencio y a un tris de interrumpirlo para pedirle un beso, se mordía los labios conteniendo su deslumbramiento. Marc era el hombre frágil que corría a refugiarse en ella, llorando todas las lágrimas del mundo en su seno; y el que clamaba amarla sin motivos aparentes.
Hacía tiempo había aceptado la realidad: la convivencia no era para ellos. Al menos, no momentáneamente. Le desconcertaba tanta calma, tal desdén por esa perentoriedad habitual de los amantes de vivir juntos y sumirse en la rutina de un hogar. Se resistía a dejar que detalles mundanos mataran el romance y la adrenalina acumulada a la espera de un encuentro. Alguna que otra vez, cuando un viaje o algún proyecto lo alejaban por días, extrañaba dormir una siesta junto a él  o levantarse en la mañana y colarle el café  batiendo el azúcar morena con la primera erupción. Ni siquiera contaba las horas o los minutos, prefería medir la calidad de la plática y del sexo o de cualquier acto terrenal que se les antojase. Ella esperaría, cual Penélope moderna, trabajando en algo que disfrutase, haciendo las veces de mujer independiente con vida propia que no se estanca por un hombre.  Y sin embargo, había puesto un par de reglas: poco le importaba si se acostaba con otra mujer, tampoco que quisiese saberlo; empero, el sexo no contaba. Lo que nunca soportaría sería que se involucrase sentimentalmente con alguien. Los conciertos de verano en el parque, los encuentros para comer algo en el café, las caminatas por el Barri Gotic y los libros de regalo sin aniversarios que celebrar, serían exclusivamente suyos.
De repente, vio una entrada de metro y revolvió su bolso buscando el pase. Le quedaba un solo viaje y desdeñó la idea de regreso a su piso. Subió los escalones de la colina evitando las escaleras mecánicas, buscando un agotamiento físico que le hiciera olvidar las horas que ahora contaba. Caminó el sendero que llevaba desde el final del parque hasta la entrada triunfal del dragón colmada de turistas tomando fotos. Escurridiza pasó frente a los nichos de piedra donde las palomas se escondían a mitad de la tarde para amarse entre sombras. La simbiosis se reflejaba en el músico y su laúd. Se sentó a escucharlo  aguardando la reapararición.  Las manos de André tañían el laúd con fuerza arrancándole en cada nota un suspiro propio de Marc.