Saturday, January 21, 2012

Sexo, fotos y cintas de vídeo.

Lo habían recomendado como un profesional de fotografía en blanco y negro. Hacía rato buscaba alguien que reflejara sus líneas naturales fuera de un estudio. En realidad quería quedar plasmada como Tina en aquella foto de Edward Weston donde exhibía un cuerpo maduro. Cambiaría la azotea por un muro con mar de fondo y bajo un sol tenue que evitase sombras chinescas. El deseo de posar no era tanto un culto a la desnudez como musa inspiradora sino el deseo de explorar su cuerpo sin que mediase un espejo. En un primer contacto, el fotógrafo le dijo que por lo general no hacía desnudos porque era fácil hacer arte con los arcos de una mujer. Sin embargo, algo en la voz femenina le dijo que habría más que un torso y unas extremidades al descubierto.
Antes de sentir el  calor y la humedad le llegaron los claroscuros y los sonidos. Como el clima no acompañara, la cita se dilató; y un buen día, comenzó a recibir una procesión de imágenes que esperaba él reprodujese llegado el momento. La mujer adoptó como costumbre irrenunciable enviarle archivos fotógraficos  de su presencia en la piel. Las instantáneas iban en blanco y negro. Se había decantado por la luminosidad del contraste de una dermis casi transparente y el detalle de dos areolas encendidas cuando asomaba el torrente de las ganas. Las ropas abandonaban su cuerpo a una señal y se mostraba tan mágica como sus ojos quisieran verla. Quería, cuanto antes, desprenderse de todo y mostrarle el lado traslúcido que tantas veces había soñado. De la pasividad de las fotos pasó a unos cortos, cuando las ganas de él la hacían bailar frente a la cámara y hacerle cintas donde gradualmente la música se apagaba acallada por una respiración fuerte que terminaba expulsando su nombre del templo por donde él se paseaba.
Llegado el día, depiló sus labios inferiores para que la colmara de besos y llegara a su hueso sin otro intermediario que la lubricación que su cercanía le haría desprender. Antes, le beso los pies y las rodillas y apartó cualquier remanente de tela para bebérsela a gotas mientras le clavaba los ojos en una mirada que hablaba de mucho más que deseo. ¿Qué entiende la perspectiva del cuenco que ahora le recibía y rebosaba de placer? Las imágenes quedarían como una alegoría de pérdida cuando, sola, le buscara.  Entonces, se las enviaría para recordarle ese momento de derroche y ternura.
Ese día redefinió la dicha. La dicha no cabía sino en esos dos cuerpos secretando al unísono. Hay imágenes que el lente no puede captar y se revelaban en la poesía que le leía mientras su cabeza reposaba en su vientre; vientre que acogía la vida que le brindaba su esperma. Una imagen facsímil de la dicha, cristalizada al retomar el cuerpo que fue suyo ayer y lo era hoy, como siempre.


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