Wednesday, May 8, 2013

Sin trajes.

Siempre descolgaba un traje a la vez y quedaba una percha vacía. Los cambios se sucedían, una, dos, tres veces al día. Siempre la misma condición: al abandonar el cuerpo, donde coqueteaban con su ánima, volverían al armario a mezclarse unos con otros y lograr cierto equilibrio. La felicidad llegaba entre cambios. Todas las perchas tenían algo que lucir y ella, desnuda, se volvía espejo. El hombre venía y se le plantaba delante. No buscaba su reflejo, más bien las manchas.  En ocasiones, penetraba lentamente, como quien escudriña un cuadro; otras, con prisa, sin miedo a que estallara en mil pedazos. Al final, no encontraba defecto alguno. Entonces, de los ojos, les brotaba una luz reflejada de una mujer y un hombre, desnudos.

4 comments:

  1. Los espejos nunca mienten, aunque a veces murmuran solamente lo que nuestros ojos quieren escuchar.

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  2. Pues que la vista nos susurre las palabras :)
    Un abrazo.

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  3. "Entonces, de los ojos, les brotaba una luz reflejada de una mujer y un hombre, desnudos." Excelente final.

    Saludos

    Michael

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