Saturday, August 27, 2011

Estío y siega.

  Anoche el viento dispersó las hojas de la mata de mango por todo el patio. Las hojas son una alegoría de esos pedazos de mí que fui dejando por el mundo y no me interesa volver a juntar. Me he metido tanto a esta nueva piel que dejé tirada la que por tantos años me acompañó, una piel que fue flexible y dejó espacio a mundanales compañías hasta tu llegada, una piel que ya no te presagia y menos me ciñe.
 Esta mañana la luz se filtraba entre las ramas como esos cuadros de La Anunciación de los maestros renacentistas, esos reflejos tenues alimentaron mi desidia y volví a dejar las hojas ralas a un viento entonces  inexistente. La calma me hizo sacar el torno y sentarme a moldear mis vasijas. Las acumulo por tamaños en una habitación, algunas chatas, otras narigudas, depende de como cortes los girasoles. Hay días que los traes con poco talle, los dejo flotar apocados en una de esas vasijas romas y luego los meto a la bañera conmigo, flotan en el agua y se enredan en mis cabellos, me cubren la piel y cuando entras crees que el sol se metió al cuarto de baño y  vienes a mojarte con sus rayos. Otros, apenas caben en tus manos, los cortas a la medida de mi torso. Antes de ponerlos en agua me pides que me saque la ropa y los mides directamente en mi cuerpo. Me embriagas de polen comprobando la perfección de tu corte
Sé que estás despierto pero no quiero buscarte. Desconozco si vendrás y hoy no es día para albergar ilusiones. Finjo que no existes esperando que vuelvas a aparecer en mi taller e invadas mi privacidad mientras pongo las vasijas al horno. Llevo poca ropa porque el vaho del verano es sofocante, al despertarme golpeó mi cara y me dejó sin fuerzas, igual quemaba la expectativa. La puerta se abre al día y distingo tu silueta. No sé si cortaste las flores o me traes esas silvestres que también me gustan, poco importa a esta hora. Tus manos no pueden sentir la proximidad de mi cuerpo porque pierden el sentido, pareciese que tienes mucho por abarcar y mi fragilidad acalla tu impaciencia. Me subes al torno y ensayas tus dotes de alfarero para volver a acuñar tu permanencia. Broto al moldeado de tu horma mientras mi vasija se cuece en el horno para terminar en la habitación repleta de flores secas.

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