Friday, August 19, 2011

Muy natural.

Hace años dejé de comprar cremas antiarrugas, me cansé del engaño de los cosméticos elaborados en laboratorios.  El impulso por conservar la piel de manzana me llevó a un torvo derroche de dinero comprando productos con retinol y cuanto astringente milagroso salía al mercado hasta que deduje que por alguna razón las muestras funcionaban y las dosis que estaban a la venta se resistían a combatir mis líneas de expresión.
Me encontré una señora con una piel increíble en una consulta del doctor y al ver que no estaba estirada hasta el punto de parecer una momia le pregunté y me dijo que solo se ponía aceite de oliva en la cara. Como me gusta tanto el enfoque natural añadí el aceite de oliva a mi larga lista de pepinos en los ojos, patatas ralladas en el cutis, miel, perejil en bolsitas de lienzo y demás productos que abundan en ese universo acogedor que es mi cocina.  Por un tiempo estuve cocinando y aplicándome aceite en la cara, el cuello y los pechos. Acostumbré a mi hombre a encontrarme resbaladiza y domamos la naturaleza escurridiza de mi carne.
 Pero el descubrimiento de hace unos meses me tiene turulata. Resulta que la Cleo usaba un método algo extravagante pero efectivo para preservar su juventud y belleza y tenía un esclavo dedicado exclusivamente a la tarea de suministrarle semen para mascarillas faciales.  Las propiedades rehabilitadoras y antioxidantes de las proteínas y nutrientes del semen hidratan y hacen prácticamente  imperceptibles las finas arrugas.

En la última reunión social, al tiempo que los hombres fumaban sus puros, las mujeres empezamos a hablar de esas cosas triviales y profundas que hablamos nosotras: los hijos y el trabajo, los chismes del barrio, los zapatos de fulanita, el sujetador más cómodo.... en fin. Y empecé a hablar yo con esa inspiración tan mía y cuando me preguntaron cómo me mantenía tan fresquita y lozana declaré públicamente la última fórmula no patentada para la piel. Todas se rieron en mi cara y  me llamaron de todo; menos mal que me controlé y no conté la ceremonia de las noches de luna creciente de los últimos meses. 

He sumado otra extravagancia, porque ahora me ha dado por vestirme de faraona y salir a ver la luna en las noches que, como una mujer, se muestra entera. Con ese atuendo espero a mi esclavo personal para pedirle que le aúlle, ordeñarle el cerebro y recibir el riego de su simiente en mi rostro y en mis pechos. Es el suyo un aporte entrañablemente generoso teniendo en cuenta que mi corte dispone tan sólo de él.

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