Saturday, September 3, 2011

Tarde lluviosa.

Tras un enojoso lapso llegó el día tantas veces soñado. Sabía que al final vendría a su antojo y no como los caprichos de la mente se atrevían a esbozar. La noche anterior decidió ponerle dígitos a una ausencia inaguantablemente extensa y le sorprendió  que unas docenas de días no hubiesen hecho mella en la mezcla de voluntad y entendimiento  que definían su amor. Cuidó con recelo cada detalle imprescindible. Desmochó todo vestigio capilar y sobornó su piel con un baño de miel y canela. Era este, un artificio burlón de vanidad pues sabía que llegado el momento su piel lloraría melaza ante la proximidad de su aliento. Combinó la falda marrón con camisa de lino y calzado de tacón. El cabello libre, una esencia floral y la falta de accesorios completaron su elección.  Puso en un sobre el libro de poesía que había hecho las tardes de tantos amantes y mostraba en sus páginas años de humanas convocatorias al amor.  

Cuando llegó la tarde corrió a verle desafiando la brevedad, el tráfico y el temporal que se avecinaba. Qué importaban las nubes si la luminosidad invadía su dermis? En el elevador se deshizo de unas bragas que poco servían porque al saberle cerca no daban abasto para  acopiar el incontinente flujo de feromonas soliviantadas por el eco de una voz que le daba el único calificativo de “mujer”. Al abrirse la puerta, le esperaba con la mano tendida y la agarró a tiempo evitando que su cabeza diese con el techo en un ascenso que más que un duelo con la ley física de la gravitación presagiaba un viaje al centro de la tierra.

A duras penas cerraron la puerta y se fundieron en un abrazo entero que duró una eternidad. La aferraba a su cuerpo calándola hasta los tuétanos. Se buscaron las bocas extirpando el cáncer del distanciamiento y allí entre papeles burocráticos que no rimaban con la irracionalidad de sus huesos se amaron porque no había algo tan alentador como confinar a la nada el pasado inapetente de sus carnes sometidas al infortunio de la desesperanza. Afuera, la tarde vertía en las calles el anhelo de felicidad del cielo en forma de gotas de agua.

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