Friday, January 18, 2013

Alba, limpia, tuya.

         Ya hacía un rato esa tarde que te me aparecías en  las páginas de Onetti, cuando entraste con un sol en el rostro. Sin esperar mucho me soltaste: " Te llevo en tren de madera". Esa frase me sonó a promesa de novio de 6 años y me dejó como niña que descubre la oreja del conejo asomando por el sombrero del mago.
        A la mañana siguiente, me haces embutir una mochila con vino, aceitunas, algo de pan  y fuet.
 Si no nos decantáramos tanto por los eventos culturales de la ciudad, llevaríamos vida provinciana.  Pasan ante nuestros ojos reses que pastan, sierra nacida de la tierra, árboles pretenciosos que quieren presentarse ante Dios. Solo leemos las escrituras del principio a través de la ventanilla. Contemplamos absortos. De vez en cuando cruzamos una mirada fugaz, feliz, una fotografía. Entonces volvemos al ritual de limpieza espiritual. Es como lo describió el anciano unos días antes. El tren avanza perdido entre el derroche de verde con el espacio justo para la línea por la cual escala.¿ A qué más? Nos sentimos pequeños en medio de esa totalidad y la madera que nos transporta regresa al lugar de donde salió.
     De repente me asusta la ausencia blanca en las ramas. No es lo que me has prometido. Me dijiste que por unas horas me harías dueña de copos caídos. Casi ves la decepción en mis ojos. ¿Será que tanto calor ha subyugado la helada? En la última cuesta nos corren el telón y aparece tal como me has definido: alba, limpia, tuya. Al bajar los escalones nos recibe. Hacemos lo que nos correspondía hace tiempo y se atascó. Encontramos un espacio bajo los árboles para hablarnos, comer,  regalarnos una cita. Me empeño en tomar agua del riachuelo y hago correr tu nombre junto al agua.  Hasta que el cielo rojo de la tarde nos despide con un susurro -" Ahora vayan a casa y háganse el uno al otro".
   El vagón es preludio. Me saco las medias mojadas y acerco mis pies a tu entrepierna. Media un silencio cómplice, incitante. Ladeo la cabeza y acerco el índice a la comisura. Lo humedezco y recreo tu anatomía en mis labios. Llega un alud que desprende gargantas, miembros. Mi cabello te nieva encima, acaricia tu rostro, lo sostiene entre sus palmas. Una caída de ojos y mi cuerpo te cubre, albo, limpio, tuyo.






    

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