Tuesday, January 8, 2013

El viaje.

     No era un lugar más de Castilla-La Mancha. Te había pedido innumerables veces que me llevaras a ver los cuadros de El Greco y caminar por la judería. Se me antojaba otro de esos lugares en los cuales la historia no contada en libros entra por los poros y los personajes trotan junto a tu flujo sanguíneo. Un enclave de callejones que al abrir  sus puertas desvelan salones con bombillas cuentacuentos.
   La ilusion se me aguó la noche anterior con uno de mis arranques de ego, ese monstruo que nos come indistintamente de vez en cuando. ¿Cómo se te ocurre dejar de ver algo que te he puesto delante y atender otras cosas? Dice una vieja leyenda que las mujeres como yo vivimos los momentos de felicidad intensamente para saturarnos y recurrir a los residuos cuando hay  estancamiento. Pero aunque sepa que pasa, hay días que no encuentro la miga que tan bien guardé. Sabes llevarme a los extremos, conoces demasiado bien ese punto en que los muros del silencio caen con toda su fuerza sobre mí aplastando cualquier sentimiento nocivo. Así, que cambiaste el tren por el coche. Sabías que el andén me enamoraría, que una ventanilla distinta me haría ver demasiado pronto y perdería la parábola, que el niño en el asiento frente al mío me haría sonreir invariablemente y giraría a pedirte una escalera de hijos. Subí al coche sin hablarte y eso me perforó durante todo el camino. La sequía de la tierra no ayudaba, más bien me echaba en cara la arbitrariedad de mi puesta.
    Al llegar hiciste una parada temporal en la Plaza de Zocodover. Olía a viaje, a tierra para ser pisada y dejar huellas, a voz esparcida en el aire reinventando el eco. Y el eco de los miles de actos de fe de la plaza fue testigo del exorcismo.  Al salir del estacionamiento subterráneo, las campanadas de la iglesia marcaron la hora de echar a andar. Anduvimos sin rumbo, dejando que nuestros ojos guiaran los pasos hasta la torre del reloj bajo la cual nos besamos. Pero mucho antes, escuchamos de boca de Julián, el artesano de damasquinado, la tradición oral que aprendió de su abuelo junto al oficio.  Al regresar a la plaza, nos recibió una ola de personajes. Dos gnomos adornaban un árbol con papeles de colores. Un acróbata en zancos se nos acercó con una cinta de color al tiempo que un saltimbanqui nos alargaba un lápiz en madera rústica. Escribimos nuestros nombres y colgamos el papel en el árbol.
    Bajamos corriendo al estacionamiento. Al meternos al auto me miraste con mezcla de orgullo y deseo.  Me acariciaste el rostro y tu mano se deslizó bajo mi falda en busca de humedad. Tu otro brazo me asía como temiendo que el río bajo el puente me llevase. Bajé y abrí tu portañuela en busca de un símbolo inequívoco. Sentirte crecer en mi boca, me arrastró. La respuesta llegó potente, caliente y me  trepó  por las papilas dejándome tu gusto por un buen tiempo.

6 comments: